¿Qué ideas o pensamientos vienen a tu mente cuando escuchas o lees la palabra sexualidad?
En cierta ocasión, cuando fui invitado a escribir sobre este tema, la idea que vino de inmediato a mi mente fue: “La sexualidad es un regalo de Dios”. ¿Cuáles son, para el cristiano, las implicaciones de esta afirmación? ¿De qué manera debemos comportarnos ante la sexualidad? ¿Qué cuidados debemos tener, para disfrutar de la sexualidad desde una perspectiva divina?
Como es mucho más fácil generar preguntas que responderlas, te invito a analizar algunas consideraciones, a fin de poder ir en busca de estas respuestas. Afortunadamente, podemos recurrir a la Palabra de Dios para responder a nuestras inquietudes. Esta es la luz que ilumina nuestro camino (Sal. 119:105).
En el contexto bíblico, la sexualidad es un don concedido por Dios. Se la presenta como una parte de la imagen de Dios ante la humanidad (Gén. 1:27), y ha sido concebida por Dios a fin de ser una bendición para el género humano (1:28). Debe ser ejercida entre un hombre y una mujer (2:18-25; Hech. 13:4). Debe haber respeto, fidelidad, amor y consideración para con las necesidades del cónyuge (Prov. 5:15-23; Efe. 5:22-33). Estos y otros textos bíblicos nos demuestran que la sexualidad proviene de Dios, forma parte de nuestra vida y es el resultado de una combinación espiritual, física y emocional de nuestro ser.
Como cristianos, debemos recordar que Dios, en su Palabra, también incluyó preceptos relacionados con la sexualidad. La Biblia califica como pecado a diferentes formas de ejercerla, como la prostitución, tanto masculina como femenina (Lev. 19:29; Deut. 23:17); el sexo premarital y la violencia sexual (Deut. 22:13-21, 23-29); la relación entre personas del mismo sexo (Lev. 18:22; 20:13; Rom. 1:26, 27); el travestismo (Deut. 22:5); el adulterio, o sexo fuera del matrimonio (Éxo. 20:14; Lev. 18:20; 20:10; Deut. 22:22; 1 Tes. 4:3-7); las relaciones sexuales con animales, o bestialismo (Lev. 18:23; 20:15, 16); y la relación con personas de la misma familia o con niños (Lev. 18:6-17; 20:11, 12, 14, 17, 19-21). Las Escrituras condenan, también, el mantener pensamientos o deseos impuros (Mat. 5:27, 28; Fil. 4:8); la impureza y los vicios secretos, tales como la
pornografía y la masturbación (Eze. 16:15-17; 1 Cor. 6:18; Gál. 5:19; Efe. 4:19; 1 Tes. 4:7); el exhibicionismo sexual
(Eze. 16:16, 25; Prov. 7:10, 11); y el acoso sexual (Gén. 39:7-9; 2 Sam. 13:11-13).
En todo esto hay un llamado divino para mantenernos íntegros en los aspectos de la sexualidad. “No solo requiere Dios que domines tus pensamientos, sino también tus pasiones y afectos. Tu salvación depende de que te gobiernes en estas cosas” (Elena de White, Mensajes para los jóvenes, p. 73). En medio de las tentaciones y las equivocaciones en cualquier área del comportamiento sexual, recuerda:
“Todo lo puedo en Cristo que me fortalece” (Fil. 4:13); porque “quienes confían en Cristo no han de ser esclavos de tendencias ni hábitos hereditarios ni adquiridos. En vez de quedar sujetos a la naturaleza inferior, han de dominar sus apetitos y pasiones. Dios no deja que peleemos contra el mal con nuestras fuerzas limitadas. Cualesquiera que sean las tendencias al mal, que hayamos heredado o cultivado, podemos vencerlas mediante la fuerza que Dios está pronto a darnos” (Elena de White, Consejos sobre la salud, p. 437).
Que Dios nos bendiga para poder entender este propósito, y nos ayude a disfrutar plenamente de este obsequio
divino, que es nuestra sexualidad.
Pastor Cícero Ferreira Gama, ministerial de la
Unión del Este Brasileño