¿Qué tipo de madre o padre es usted?

Por Erica Chaves

Una educación de acuerdo con los propósitos divinos hace toda la diferencia en el futuro de los niños. (Foto: Shutterstock)

Cuando se trata de la educación de los hijos, no hay un modelo claro para todos los padres. Cada uno tiene una forma peculiar de ejercer ese papel, o sea, tiene su propio estilo parental. En psicología, llamamos estilo parental a la “constelación” de actitudes dirigidas y comunicadas al niño y al adolescente por sus padres o cuidadores, y que provoca un clima emocional que puede ser positivo o negativo. De manera general, a esos estilos se los clasifica en autoritario, autoritativo y permisivo. 

El estilo parental autoritario es el que tiene altos niveles de dominio y exigencia, y poco afecto, según Maccoby y Martin (1983). Los padres autoritarios modelan, controlan y evalúan el comportamiento de los hijos usando reglas, métodos y criterios rígidos, sin que estos tengan alguna autonomía o posibilidad de diálogo. No prestan apoyo emocional a los hijos, tienden a rechazar sus observaciones y opiniones y usan el castigo severo como estrategia principal para el control del comportamiento (Chan; Koo, 2011).

Muy diferente a esto, los padres permisivos presentan un nivel bajo de dominio y un nivel alto de afecto (Baurind, 1971). Ellos no suelen interferir en el comportamiento de los hijos. Exigen poco y permiten que controlen su propia vida. Algunos de esos padres son muy protectores y amorosos; otros dan mucha libertad a los hijos y no asumen la responsabilidad de dirigir su desarrollo (Cham; Koo, 2011).

El estilo parental autoritativo se caracteriza por niveles equilibrados de control, exigencia y afecto (Maccoby & Martin, 1983). Los padres autoritativos procuran orientar las actividades de los hijos de manera racional. Estimulan el diálogo, presentando a los niños el por qué detrás de sus actitudes de control y disciplina, y permiten que manifiesten sus opiniones y preguntas. La comunicación es transparente y abierta, basada en el respeto mutuo, la confianza y la amistad. Sin embargo, esos padres no basan sus decisiones en el deseo de los hijos, sino en las reglas establecidas que son claras y coherentes. Monitorean el comportamiento, corrigiendo las actitudes negativas y gratificando las positivas. También son afectuosos, respondiendo a las necesidades emocionales de los niños. 

¿Cuál es el estilo ideal?

Mientras que el estilo parental permisivo ha demostrado ser el más negativo para el desempeño de los niños y adolescentes (Darling, 1999; Radziszewska, Richardson, Dent & Flay, 1996), los estudios de Baurind (1966, 1967, 1971) y otros concluyeron que el estilo autoritativo es el más eficaz para alcanzar resultados positivos. Chan y Koo (2011) notaron que en familias así, los hijos informan a los padres sobre sus actividades, comunican a dónde van cuando salen, respetan los límites de acceso a la TV y a Internet, relatan lo que sucede en la escuela y otros ambientes y conversan sobre asuntos delicados, como drogas y sexualidad. 

Esa metodología de educación, racional y equilibrada, también propicia en los hijos la formación de una personalidad segura y con autoconfianza. Este es el escenario perfecto para el desarrollo saludable de habilidades intelectuales, sociales, físicas, morales, espirituales y emocionales.

Desarrollo completo

Junto con el afecto, es de suma importancia que los padres sean claros y conscientes acerca de las reglas impuestas en el hogar. Esa combinación tiende a generar una respuesta de obediencia y respeto por parte de los hijos, que reconocen como buena y verdadera la línea de conducta trazada por los padres. Piaget (1999) afirma que el cultivo de esa moral en la infancia y la adolescencia resulta en adultos emocionalmente equilibrados, y consecuentemente, con mucha mayor probabilidad de éxito en todos los ámbitos de la vida. 

Por otro lado, si “su hijo emerge de la primera infancia con sus necesidades de amor parcialmente satisfechas o nada satisfechas, como consecuencia, probablemente pasará el resto de su vida intentando satisfacer esas necesidades profundas, sed, y hambre emocional no saciadas” (Habenicht, 1994: 10).

Ética y moral

Los niños educados con hábitos, valores y principios sólidos difícilmente serán influenciados negativamente por la sociedad en el futuro. Como si no fueran suficientes los muchos estudios que concluyen eso, la Biblia ya afirmaba: “Instruye al niño en su camino, y aun cuando fuere viejo no se apartará de él” (Proverbios 22:6).

En las interacciones del hogar, los niños desarrollan un sentimiento de igualdad y respeto mutuos, que se extiende a las relaciones con sus amigos, profesores y demás personas. Es el respeto a las reglas de la casa lo que nutre el sentido de justicia y el compromiso con las reglas impuestas por la sociedad. A los padres y cuidadores les corresponde establecer las bases para el desarrollo de la moralidad, creando un ambiente de afecto y respeto, ya en la primera infancia, y reforzarlo en la segunda infancia y adolescencia. 

Consejos de Elena de White

Todos estos estudios que presenté coinciden con lo que afirma Elena de White (1900) sobre la familia, ella es la proveedora primaria de las relaciones calurosas y amorosas para suplir la necesidad del corazón humano. Según Elena, es la voluntad de Dios que el hogar sea un ambiente de respeto, igualdad, franqueza y amor. Él también desea que los hijos sean enseñados y corregidos de manera equilibrada. Esa relación tiene una fuerte influencia, inclusive en la experiencia de todos (padres e hijos) con Dios. 

Otro punto que enfatiza Elena de White en sus escritos se refiere al ejemplo de los padres. Ellos necesitan demostrar coherencia entre sus actos y palabras, y ser el modelo que desean que sus hijos sigan. En esa perspectiva, ella resalta la importancia del culto familiar, afirmando que cada familia debe tener un tiempo diario determinado para esas reuniones, con una actitud de búsqueda de la bendición de Dios para el día y agradeciendo por el cuidado celestial. En ese momento de comunión en familia se construye un muro de protección en torno de los hijos, librándolos de las trampas de Satanás y uniéndolos a Dios como la fuente de sabiduría, poder, felicidad y paz (White, 2013).

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Érica Chaves | Psicóloga, cursando el PhD, y docente universitaria