Crecemos físicamente en altura y peso, y nos expandimos mentalmente a través del conocimiento adquirido. Sin embargo, hay una dimensión que trasciende estas medidas tangibles: el crecimiento espiritual.
Nadie es perfecto, pero Jesús nos llama a la perfección como nuestro Padre Celestial. La casa perfecta es aquella que mejor se adapta a nuestras necesidades y estilo de vida. Incluso en espacios temporales, la organización puede transformar cualquier lugar en un hogar. La búsqueda de la perfección debe centrarse más en cómo queremos vivir la vida que en mantener todo impecable. La vida perfecta se alcanza permitiendo que Cristo nos perfeccione y supla con Su gracia todos los días.