Jesús nos dejó el ejemplo perfecto de cómo compartir la verdad de Dios con amor y sabiduría. Hoy, estamos llamados a seguir Su modelo, testificando nuestra fe con el mismo amor que transforma vidas.
Testigo en Jerusalén
Romina Albania Soro Valdivieso es profesora de Lengua Castellana y magíster en Educación Curricular.
Jesús tenía un método para testificar que cautivaba a las personas, revelaba la verdad de Dios de modo tan interesante como tierno. La multitud nunca tenía deseos de retirarse. La verdad era transmitida directamente desde su alma, desde su amor. Jesús nos dejó su ejemplo detallado y los discípulos aprendieron desde la observación de un Dios fraterno y amante, comprendiendo que cada paso de la testificación alcanza a las almas con el poder del Espíritu Santo. Así mismo, nosotros podemos atestiguar de nuestra fe con sus métodos de enseñanza que impresionaban e impresionan eternamente el alma.
¡Infundiré mi Espíritu en ustedes!
Es imperativa la búsqueda del Espíritu Santo. Elena G. de White declaró explícitamente que “la dispensación en la que vivimos ahora es la del Espíritu Santo”. De manera que ahora el Espíritu está obrando en la Tierra de una manera especial. ¿Somos conscientes de la búsqueda apremiante, estamos insistiendo con el fin de llenarnos de su poder para ser usados, capacitados y llenos de su gracia, para contemplar su poder en nuestra testificación? Debemos buscar el derramamiento del Espíritu. Sin embargo, con frecuencia estamos en un letargo espiritual en nuestra comunión, no comprendiendo que “únicamente el Espíritu Santo de Dios puede crear un entusiasmo sano. Dejad que Dios trabaje y que el instrumento humano avance suavemente ante él, observando, esperando, orando y contemplando a Jesús en cada momento, que sea conducido y dirigido por el precioso Espíritu, el cual es luz y vida”(MS2, p.17 - 1984).
En el año 2019, en plena pandemia y con cuarentenas restringidas, mi corazón tenía un deseo: entregar el libro misionero a cada hogar de mi condominio. Supuse que era un buen momento para una grata lección. A pesar de la adversidad del tiempo y el miedo al contagio que existía, salí con una maleta que tenía 70 libros. Comencé golpeando las puertas, muy pocos me abrían, así que iba dejando un libro en la puerta de cada vivienda y en otras se los entregaba en mano con un pequeño mensaje.
Recuerdo haber entrado a mi casa y que de inmediato llamaran a mi puerta. Era un matrimonio de otra nacionalidad que había llegado a Chile hace solo unos meses atrás. Me preguntaron: ¿Tú eres la joven que dejó este libro en mi casa? Sí, les contesté de manera fervorosa, a lo que ellos me respondieron; hemos estado orando desde que llegamos a Chile para que Dios nos muestre su voluntad de poder congregarnos donde él mande. Desde ese momento, comenzó una hermosa amistad. Ambas familias nos reuníamos para compartir y realizar grupos pequeños en casa, ya que los servicios de la iglesia aún no volvían a la normalidad. Disfrutábamos de hermosas veladas de estudio, oración, comida y comunión.
Cuando se reactivó la atención en la iglesia, invitamos al matrimonio a una semana de oración y profecía que realizó mi esposo, en la que ellos aceptaron el llamado de nuestro Creador, entregando sus vidas a él. Con frecuencia, no sabemos cómo acercarnos a las personas y predicarles de nuestro Padre, pero el Espíritu Santo tiene muchas almas que sólo desean vivir y servir en su presencia. En ocasiones, por nuestros temores, esas almas esperan incasablemente, pero Dios en su misericordia siempre tiene un agente para llevar la salvación. “Muchas veces, la lógica humana apagó la luz cuyos claros rayos Dios quería hacer resplandecer para convencer a los hombres” (EE, p.195).
“Muchas veces, la lógica humana apagó la luz cuyos claros rayos Dios quería hacer resplandecer para convencer a los hombres” (EE, p.195).
Dejemos que la lógica de Cristo trabaje en nuestros corazones. Cuando tengamos miedo de predicar el mensaje solo debemos recordar que los discípulos debían esperar en Jerusalén, la mismísima ciudad que había crucificado al Señor solo pocas semanas antes, sintiendo aún el odio hostil, las miradas desafiantes, la incredulidad y la amenaza constante. Era la misma ciudad que había rechazado a los profetas y donde Cristo se había lamentado, “¡Jerusalén, Jerusalén, que matas a los profetas, y apedreas a los que te son enviados! ¡Cuántas veces quise juntar a tus hijos, como la gallina a sus polluelos debajo de sus alas y no quisiste! He aquí, vuestra casa os es dejada desierta” (Lucas 13:34-35).
Lamentablemente, las circunstancias, el miedo y la adversidad hacían de este lugar el menos atrayente para predicar. El último lugar de la Tierra a donde los discípulos pensaban ir, pero la orden de Jesús prueba que Dios puede dar su bendición en cualquier parte del mundo. Si hubiesen ido a trabajar en un lugar de quietud, se habrían sentido tentados egoístamente a permanecer ahí. Dios nos saca de nuestra zona de confort y nos invita a predicar, y otras oportunidades las sitúa frente a nuestros ojos, en el mismo sendero por el cual transitamos.
Hace unos años atrás cuando salía de mi trabajo de docente fui a un nuevo centro de estética. Esperé mi turno para cortarme el cabello y durante una hora de sesión con la estilista estuvimos hablando de Dios y su infinito amor. Al terminar, me preguntó cuándo vendría nuevamente por un corte de cabello, a lo que yo respondí; ¿Quisiera que hablemos más de Cristo? Desde ese momento, durante un año, nos reuníamos todos los martes para hablar de Jesús. Ella estaba tan emocionada que logramos estudiar con cinco personas más en la peluquería. Tres de ellas cerraban su local por una hora para aprender de Jesús. Es tanta la necesidad de Cristo que solo una palabra en nuestra testificación puede hacer la diferencia, transformar el mundo, llenarlo de amor, del amor de Dios.
Una fe sencilla
La Iglesia establecida en el Pentecostés no se reunía solamente como un gran cuerpo en un solo lugar. Los grupos pequeños eran un pilar fundamental para el establecimiento de su Iglesia. Las verdades bíblicas que aprendían de los apóstoles, la comunión, el partimiento de pan y la oración eran vitales para la vivencia y fe cristiana.
No cabe duda, que estudiar la Biblia y la comunión son importantes. No obstante, hay cosas a las que rehuimos a pesar del conocimiento entregado. En la Biblia se menciona que tambiéncomían juntos todos los días, demostrando compañerismo. Este partimiento del pan se hacía en los hogares. Al leer acerca del partimiento del pan, me viene a la mente la necesidad que tenemos los cristianos de abrir nuestra casa a amigos interesados en aprender la verdad de nuestro Señor. Incluso en un momento de esparcimiento uno puede testificar y glorificar a Dios. Hemos perdido, como Iglesia, la fraternidad que nos caracterizaba hace años atrás, donde después de un sábado en la mañana los hermanos de iglesia se preparaban para llevar a un amigo a su hogar, invitándolo a “partir el pan”.
La oración era otro principio relevante de los discípulos en el pentecostés. Ellos oraban edificando la espiritualidad y construyendo una comunidad fuerte, pues sabían que “los creyentes que se vistan con toda la armadura de Dios y que dediquen algún tiempo diariamente a la meditación, la oración y el estudio de las Escrituras, se vincularán con el cielo y ejercerán una influencia salvadora y transformadora sobre los que los rodean” (TI, p.158.3).
La Biblia nos demuestra, con el ejemplo de Cristo y sus discípulos, cómo debemos conducirnos en la predicación del evangelio, pues tenemos todos los principios elementales para dar testimonio a la comunidad con el mensaje de nuestro Padre. Sin embargo, nosotros tenemos un trabajo fundamental: orar, pedir y anhelar el Espíritu Santo y su poder para que las almas puedan encontrar en nosotros un aliado de confianza y de amor, y así, llenos del Espíritu proclamar la maravillosa salvación de nuestro eterno Salvador.
Es importante resaltar que en los tiempos de los discípulos “cada cristiano veía en su hermano una revelación del amor y la benevolencia divinos” (HA, p.39.2). La recepción del Espíritu Santo es sustancial en el Pentecostés, ya que su consecuencia no solo se replicó en el amor fraterno, sino en la testificación a la comunidad, logrando conquistar a más de tres mil personas en un solo día.
Un cristiano que vive la vida sencilla en Cristo tiene la oportunidad de testificar en cada momento. No es el lugar, sino la entrega completa a nuestro Padre. No perdamos la fuerza como Iglesia al descuidar nuestra tan estimada y valorada comunión. Avancemos en Cristo y, de este modo, “recibiréis poder cuando el Espíritu Santo venga sobre vosotros; y me seréis testigos en Jerusalén, en toda Judea y Samaria y hasta los confines de la tierra” (Hechos 1:8).