Floreciendo en Espíritu

Crecemos físicamente en altura y peso, y nos expandimos mentalmente a través del conocimiento adquirido. Sin embargo, hay una dimensión que trasciende estas medidas tangibles: el crecimiento espiritual.
(Fuente: Gettyimages).

Un viaje de crecimiento espiritual

Elena Beatriz Zubieta de Rojas  - Líder de AFAM para el norte de Perú.

Desde el momento en que nacemos, cada día nos enfrentamos a un proceso de crecimiento multifacético. Crecemos físicamente en altura y peso, y nos expandimos mentalmente a través del conocimiento adquirido. Sin embargo, hay una dimensión que trasciende estas medidas tangibles: el crecimiento espiritual. 

De acuerdo con las creencias de la Iglesia Adventista del Séptimo Día, la espiritualidad no es meramente un concepto; es un pilar vital que sostiene cada aspecto de nuestra vida. No se trata solo de acumular conocimiento religioso o doctrinal; es un viaje transformador que nos invita a vivir en consonancia con los principios aprendidos mientras conocemos a Jesús. Y el conocimiento de Jesús nos permite crecer en él. 

El crecimiento en Cristo no se mide por cuánto sabemos, sino por cómo ese saber se refleja en nuestras acciones diarias. Es un compromiso continuo de llevar a la práctica las verdades que abrazamos, permitiendo que moldeen nuestro carácter y guíen nuestras decisiones. 

Así como cuidamos nuestro cuerpo con una nutrición adecuada y ejercitamos nuestra mente a través del estudio, debemos alimentar nuestro espíritu con la Palabra de Dios y ejercitar nuestra fe mediante la aplicación práctica de sus enseñanzas. Este es el verdadero indicador de un crecimiento espiritual saludable y sostenido. 

Para alcanzar el crecimiento espiritual, vea varios pilares claves que deben integrarse en la vida cotidiana. 

  1. Estudio de la Biblia y oración. Dos pilares fundamentales para fortalecer nuestra espiritualidad son el estudio personal de la Biblia y la comunión íntima con Dios, mediante la oración. Al sumergirnos en la lectura bíblica, podemos conocer a Dios tal como él se revela, comprendiendo su naturaleza, sus deseos y su voluntad para nuestras vidas. 

Tomemos como ejemplo una relación matrimonial. Con el tiempo, llegamos a anticipar las reacciones y comprender los anhelos de nuestra pareja sin necesidad de palabras. Esta comprensión profunda surge de la convivencia cotidiana y el conocimiento mutuo que se desarrolla día tras día. De manera similar, al buscar a Dios asiduamente y dialogar con él en oración, forjamos una conexión sólida y duradera que nos permite conocerlo más íntimamente. 

“Para que andéis como es digno del Señor, agradándole en todo, llevando fruto en toda buena obra, y creciendo en el conocimiento de Dios” (Colosenses 1:10). 

  1. Adoración y comunión. Es vital mantener la comunión fraterna, participando activamente en los servicios de adoración semanales, uniendo nuestras voces en alabanza a Dios, estudiando la Biblia en conjunto y disfrutando de actividades recreativas en familia. Estas prácticas son esenciales para fortalecer nuestra fe y para apoyarnos mutuamente en tiempos de dificultad. Al pensar en las necesidades de los demás y mantener la unidad, nos abrimos a las bendiciones que Dios tiene para nosotros. 

“Soportándoos unos a otros, y perdonándoos unos a otros si alguno tuviere queja contra otro. De la manera que Cristo os perdonó, así también hacedlo vosotros. Y sobre todas estas cosas vestíos de amor, que es el vínculo perfecto. Y la paz de Dios gobierne en vuestros corazones, a la que asimismo fuisteis llamados en un solo cuerpo; y sed agradecidos” (Colosenses 3:13-15). 

  1. Mayordomía y servicio. Hechos 20:35 dice: “Más bienaventurado es dar que recibir”. A menudo, creemos que al compartir con otros estamos extendiendo una gran ayuda. Sin embargo, ¿cuántas veces te has percatado de que al servir a los demás, el mayor beneficiado has sido tú? Pensar en los demás y administrar de la forma correcta los recursos que Dios nos da nos brinda una profunda satisfacción personal. Dios nos concede la oportunidad de sentirnos valiosos y agradecidos al servir a los demás. 

El servicio desinteresado no solo es un acto de bondad, sino también un paso crucial para nuestro desarrollo espiritual. 

  1. Estilo de vida equilibrado. La salud espiritual, física y mental están profundamente interrelacionadas. Elena de White enfatiza la importancia del desarrollo integral: “Todo verdadero conocimiento y desarrollo tienen su origen en el conocimiento de Dios. Dondequiera que nos dirijamos: al dominio físico, mental y espiritual; cualquier objeto que contemplemos, fuera de la marchitez del pecado, en todo vemos revelado este conocimiento. Descuidar cualquier aspecto puede obstaculizar nuestro progreso” (ED, p. 14.3). 

Adoptar principios saludables como una dieta vegetariana, ejercicio regular, descanso suficiente, respirar aire puro, hidratarse adecuadamente, exponerse a la luz solar y practicar la templanza son fundamentales para el bienestar general, lo cual, a su vez, promueve el crecimiento espiritual. 

Este enfoque integral refleja nuestra idea de que vivir de manera saludable es una forma de honrar el cuerpo que Dios nos ha dado y fomentar una conexión más profunda con él. 

  1. Evangelismo y misión. El acto de difundir el mensaje de salvación es esencial para comunicar las buenas nuevas de Jesucristo, permitiendo que las personas lo conozcan, acepten y sigan. Este esfuerzo no solo contribuye al crecimiento espiritual individual, sino que también cumple con la misión divina descrita en Mateo 28:19-20: ir y hacer discípulos en todo el mundo, enseñando y bautizando en el nombre de Jesús. Las actividades de evangelismo pueden variar desde la misión local y global hasta la fundación de iglesias, servicios comunitarios y otras formas de ministerio que reflejan el amor y los valores del reino de Dios en la Tierra. 

En resumen, el crecimiento espiritual dentro de la Iglesia Adventista del Séptimo Día es un proceso dinámico; es una experiencia vivencial que nos transforma desde adentro hacia afuera y que refleja la imagen de Cristo en nuestra vida.