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Invirtiendo Para Dios

“Reprenderé también por vosotros al devorador, y no os destruirá el fruto de la tierra, ni vuestra vid en el campo será estéril, dice Jehová de los ejércitos” (Malaquías 3:11). El hermano Antonio Cícero da Silva, conocido en su ciudad como el hermano Becker, es un comerciante en la ciudad de Ji, Paraná, Brasil. Es […]


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“Reprenderé también por vosotros al devorador, y no os destruirá el fruto de la tierra, ni vuestra vid en el campo será estéril, dice Jehová de los ejércitos” (Malaquías 3:11).

El hermano Antonio Cícero da Silva, conocido en su ciudad como el hermano Becker, es un comerciante en la ciudad de Ji, Paraná, Brasil. Es adventista desde hace 43 años, siempre estuvo muy comprometido con la predicación del evangelio y ayudó a fundar cuatro iglesias, fiel al diezmo y al pacto, el hermano Becker vivió en el 2010 una experiencia que marcó su vida.

En el mes de noviembre, estando en su localidad, en un fin de semana, se acercó a un árbol de mangos que había sido plantado hace unos 20 años atrás, y durante todo ese tiempo nunca dio frutos. Pensando en qué hacer con el árbol, Becker decidió dedicarlo a Dios. Así que pensó: “de ahora en adelante vas a dar frutos, y el fruto que des, lo venderé y lo daré como ofrenda a la iglesia”. Cerca del árbol de mango también había un árbol de palta que cada año florecía, aparecían los frutos, pero los loritos de la región los derribaban prácticamente todos. Entonces el hermano Becker dedicó a Dios los árboles, el mango y el palto, comprometiéndose a vender la fruta y dar el valor como ofrenda en la iglesia.

En el mes de diciembre, el hermano Becker cuenta que vio al árbol de mango, que hacía 20 años no daba frutos, ahora había florecido. En enero de 2011 cuenta que no había forma de recoger todos los mangos que maduraban y como fruto de las bendiciones de Dios, los mangos eran buenos y sabrosos.

Ante este milagro, lo que más impresionó al hermano Becker y su familia fue el palto que se llenó de frutos y ningún lorito los picoteó. Dijo que la producción de mangos y paltas fue tan grande que no tenía cómo recogerlos, pero lo que él pudo recoger, lo vendió y lo dio como ofrenda a la iglesia.

Esta experiencia del hermano Becker muestra que Dios es realmente el dueño de todo, como dice el salmista: “De Jehová es la tierra y su plenitud, el mundo y los que en él habitan” (Salmo 24:1).

Por lo tanto, dejemos que Dios sea Dios en todo lo que somos y tenemos.

Antonio Cícero da Silva
Iglesia Nova Brasilia, RO
Unión Noroeste Brasileña

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