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Lección 09: Para el 01 de diciembre de 2018

LEE PARA EL ESTUDIO DE ESTA SEMANA:  Juan 11:51, 52; Efesios 2:13-16; 2 Corintios 5:17-21; Efesios 4:25-5:2; Romanos 14:1-6; Hechos 1:14. PARA MEMORIZAR:  “Esto no lo dijo por sí mismo, sino que como era el sumo sacerdote aquel año, profetizó que Jesús había de morir por la nación; y no solamente por la nación, sino [...]


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LEE PARA EL ESTUDIO DE ESTA SEMANA: 

Juan 11:51, 52; Efesios 2:13-16; 2 Corintios 5:17-21; Efesios 4:25-5:2; Romanos 14:1-6; Hechos 1:14.

PARA MEMORIZAR: 

“Esto no lo dijo por sí mismo, sino que como era el sumo sacerdote aquel año, profetizó que Jesús había de morir por la nación; y no solamente por la nación, sino también para congregar en uno a los hijos de Dios que estaban dispersos” (Juan 11:51, 52).

La semana pasada estudiamos de qué modo la unidad se hace evidente a través de un mensaje común, centrado en Jesús como Salvador y en las verdades de la Escritura que se acentuarán en el tiempo del fin. Somos

lo que somos por el mensaje que Dios nos ha dado y el llamado que tenemos para difundirlo al mundo.

Esta semana nos enfocamos en la unidad de la iglesia, en su expresión en la vida diaria de los cristianos y en su misión. De acuerdo con Jesús, la iglesia no solo proclama el mensaje de salvación y reconciliación de Dios, sino también la unidad de la iglesia es una expresión primordial de esa reconciliación. En un mundo rodeado de pecado, la iglesia se erige como un testimonio visible de la obra salvadora de Cristo. Sin la unidad y la solidaridad de la iglesia, el poder salvador de la Cruz difícilmente se manifestaría en este mundo. “La unidad con Cristo establece un vínculo de unidad mutua. Esa unidad es la prueba más convincente ante el mundo de la majestad y la virtud de Cristo, y de su poder para eliminar los pecados” (CBA 5:1.122).

 

BAJO LA CRUZ DE JESÚS

Al igual que muchas otras bendiciones espirituales que Dios le da a su pueblo, la unidad de la iglesia también es un regalo de Dios. La unidad no es una creación humana ni el resultado de nuestros esfuerzos, buenas obras e intenciones. Fundamentalmente, Jesucristo crea esa unidad a través de su muerte y su resurrección. Al apropiarnos por fe de su muerte y su resurrección a través del bautismo y el perdón de nuestros pecados, al unirnos en comunión fraternal, y al difundir el mensaje de los tres ángeles al mundo, tenemos comunión con él en unidad unos con otros.

Lee Juan 11:51 y 52; y Efesios 1:7 al 10. ¿Qué acontecimiento de la vida de Jesús es el fundamento de la unidad entre nosotros como adventistas del séptimo día?

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“Esto no lo dijo [Caifás] por sí mismo, sino que como era el sumo sacerdote aquel año, profetizó que Jesús había de morir por la nación; y no solamente por la nación, sino también para congregar en uno a los hijos de Dios que estaban dispersos” (Juan 11:51, 52). Qué extraño que Dios haya utilizado a Caifás para explicar el significado de la muerte de Jesús, a pesar de que no sabía lo que estaba haciendo al condenar a Jesús a la muerte. El sacerdote tampoco tenía idea de cuán profunda era su declaración. Caifás pensó que solo estaba haciendo una declaración política. Sin embargo, Juan usó sus palabras para revelar una verdad fundamental acerca de lo que significaba la muerte sustitutiva de Jesús para todos los fieles de Dios, que un día serían congregados “en uno”.

Más allá de lo que creamos como adventistas del séptimo día, y más allá del mensaje que solo nosotros proclamamos, el fundamento de nuestra unidad se da en nuestra aceptación común de la muerte de Cristo en nuestro favor.

Y, además, también experimentamos esta unidad en Cristo a través del bautismo. “Todos sois hijos de Dios por la fe en Cristo Jesús; porque todos los que habéis sido bautizados en Cristo, de Cristo estáis revestidos” (Gál. 3:26, 27). El bautismo es otro vínculo que los adventistas comúnmente compartimos, ya que simboliza nuestra fe en Cristo. Tenemos un Padre en común; por lo tanto, todos somos hijos e hijas de Dios. Y tenemos un Salvador común en cuya muerte y resurrección somos bautizados (Rom. 6:3, 4).

Independientemente de las diferencias culturales, sociales, étnicas y políticas que haya entre nosotros como adventistas del séptimo día, ¿por qué nuestra fe común en Jesús trasciende todas esas divisiones?

EL MINISTERIO DE LA RECONCILIACIÓN

Sin lugar a dudas, nuestro mundo se caracteriza por su desorden, sus problemas, guerras y conflictos. Todos estos factores afectan nuestra vida en los ámbitos personal, comunitario y nacional. A veces parece que toda nuestra vida está en conflicto. Pero la desunión y el desorden no prevalecerán para siempre. Dios tiene la misión de lograr la unidad cósmica. Si bien el pecado causó discordia, el plan eterno de Dios para la reconciliación trae paz y plenitud.

En Efesios 2:13 al 16, Pablo presenta los principios que muestran cómo Cristo actuó para brindar paz entre los creyentes: mediante su muerte en la Cruz, Jesús, de judíos y gentiles hizo un solo pueblo y derribó las barreras étnicas y religiosas que los separaban. Si Cristo pudo hacer esto con judíos y gentiles en el siglo I, ¿hasta qué punto puede derribar las barreras y los muros raciales, étnicos y culturales que dividen a la gente dentro de nuestra propia iglesia en la actualidad?

Y, partiendo de aquí, podemos llegar al mundo.

En 2 Corintios 5:17 al 21, Pablo declara que en Cristo somos una nueva creación, reconciliados con Dios. ¿Cuál es entonces nuestro ministerio en este mundo? ¿Qué diferencias podríamos marcar en nuestra comunidad como una organización eclesiástica unida?

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Como la nueva creación de Dios, los creyentes reciben un ministerio fundamental, un triple ministerio de reconciliación:

1) Nuestra iglesia está compuesta por creyentes que alguna vez estuvieron alejados de Dios pero que, mediante la gracia salvífica del sacrificio de Cristo, ahora el Espíritu Santo los ha unido a Dios. Somos el remanente, llamados a proclamar el mensaje del tiempo del fin al mundo. Nuestro ministerio es invitar a quienes todavía están distanciados de Dios a reconciliarse con él y a unirse a nosotros en nuestra misión.

2) La iglesia es también el pueblo de Dios reconciliado entre sí. Estar unidos a Cristo significa que estamos unidos unos con otros. Esto no es solo un ideal elevado; debe ser una realidad visible. La reconciliación mutua, la paz y la armonía entre hermanos son un testimonio para el mundo de que Jesucristo es nuestro Salvador y Redentor. “En esto conocerán todos que sois mis discípulos, si tuviereis amor los unos con los otros” (Juan 13:35).

3) A través de este ministerio de reconciliación, la iglesia le dice al universo que el plan de redención de Dios es real y poderoso. El Gran Conflicto tiene que ver con Dios y su carácter. En la medida en que la iglesia cultive la unidad y la reconciliación, el universo verá la obra de la sabiduría eterna de Dios (ver Efe. 3:8-11).

LA UNIDAD PRÁCTICA

En 1902, Elena de White escribió: “Cada cristiano debería ser lo que Cristo fue en su vida en esta Tierra. Él es nuestro Ejemplo, no solamente en su pureza inmaculada, sino también en su paciencia, cortesía y disposición amigable” (ELC 183). Estas palabras nos recuerdan la apelación de Pablo a los Filipenses: “Haya, pues, en vosotros este sentir que hubo también en Cristo Jesús” (Fil. 2:5).

Lee Efesios 4:25 a 5:2; y Colosenses 3:1 al 17. Luego responde estas dos preguntas: ¿En qué aspectos de nuestra vida en particular se nos invita a mostrar nuestra lealtad a Jesús? ¿Cómo deberíamos ser testigos del evangelio de Jesús en nuestra vida pública?

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Hay muchos otros pasajes de las Escrituras que invitan a los cristianos a seguir el ejemplo de Jesús y a ser testimonios vivos de la gracia de Dios para otros. También estamos invitados a buscar el bienestar de los demás (Mat. 7:12), a sobrellevar sus cargas (Gál. 6:2), a llevar una vida sencilla y enfocada en la espiritualidad interior en lugar de la exhibición externa (Mat. 16:24-26; 1 Ped. 3:3, 4) y a adoptar un estilo de vida saludable (1 Cor. 10:31).

“Amados, yo os ruego como a extranjeros y peregrinos, que os abstengáis de los deseos carnales que batallan contra el alma, manteniendo buena vuestra manera de vivir entre los gentiles; para que en lo que murmuran de vosotros como de malhechores, glorifiquen a Dios en el día de la visitación, al considerar vuestras buenas obras” (1 Ped. 2:11, 12). ¿Con cuánta frecuencia subestimamos el impacto del carácter cristiano en quienes nos observan? La paciencia que se manifiesta en momentos de enfado, una vida disciplinada en medio de la tensión y los conflictos, un espíritu gentil en respuesta a la impaciencia y las palabras duras son marcas del espíritu de Jesús que estamos invitados a emular.

Como adventistas del séptimo día que damos testimonio en un mundo que malinterpreta el carácter de Dios, somos un poder para hacer el bien y para la gloria de Dios. Como representantes de Cristo, los creyentes deben sobresalir no solo por su rectitud moral, sino también por su interés práctico en el bienestar de los demás. Si nuestra experiencia religiosa es auténtica, se revelará y causará un impacto en el mundo. De hecho, un conjunto unificado de creyentes que revele el carácter de Cristo al mundo será un testimonio poderoso.

¿Qué clase de testimonio les ofreces a los demás? ¿Qué encontrarían en tu vida que les inculque el deseo de seguir a Jesús?

UNIDAD EN MEDIO DE LA DIVERSIDAD

En Romanos 14 y 15, el apóstol Pablo aborda cuestiones que estaban dividiendo profundamente a la iglesia de Roma. Su respuesta a estos problemas fue invitar a los romanos a mostrar tolerancia y paciencia mutua, y a no dividir a la iglesia por estos problemas. ¿Qué podemos aprender de sus consejos?

Lee Romanos 14:1 al 6. ¿Qué problemas de conciencia hacían que los miembros de la iglesia de Roma emitieran juicios y que no hubiera comunión entre ellos?

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Es muy probable que estos asuntos tuvieran que ver con la impureza ceremonial judía. Según Pablo, estas eran “discu[siones] acerca de lo que ellos consideran bueno o malo” (Rom. 14:1, NTV), indicando que no eran asuntos relacionados con la salvación, sino cuestiones de opinión que cada uno debería decidir a conciencia (ver Rom. 14:5).

Estas disputas primeramente surgieron por el tipo de comida que consumían. El problema que Pablo abordaba aquí no era por comer animales prohibidos en Levítico 11. No hay evidencias de que los primeros cristianos comenzaran a comer cerdo u otros animales inmundos durante la época de Pablo, y sabemos que Pedro no comía ningún alimento de ese tipo (ver Hech. 10:14). Además, el hecho de que los débiles solo comieran legumbres (Rom. 14:2) y que la discusión también incluyera las bebidas (Rom. 14:17, 21) indica que la preocupación se centraba en la impureza ceremonial. Esto es más evidente por la palabra inmundo (koinos), utilizada en Romanos 14:14. Esa palabra se usa en la antigua traducción griega del Antiguo Testamento para referirse a animales impuros, no a los animales inmundos de Levítico 11. Al parecer, algunos de la comunidad romana no participaban de las comidas con la hermandad porque no estaban seguros de que la comida estuviese adecuadamente preparada o de que no hubiera sido sacrificada a los ídolos.

Lo mismo ocurre con la observancia de algunos días. No se refiere a la observancia semanal del sábado, ya que Pablo lo guardaba regularmente (Hech. 13:14; 16:13; 17:2). Es probable que se refiera a los diferentes días festivos o de ayuno judíos. Pablo quería instar a los que eran sinceros y escrupulosos a que fueran tolerantes en la observancia de estos rituales, y que no los consideraran un medio de salvación. La unidad entre los cristianos se manifiesta en la paciencia y en la tolerancia cuando no siempre concordamos en ciertos temas, especialmente cuando no son esenciales para nuestra fe.

En clase, haz esta pregunta: ¿Hay algo que creemos y practicamos como adventistas del séptimo día, pero que no necesitamos creer ni profesar?

LA UNIDAD EN LA MISIÓN

Compara el estado de ánimo de los discípulos durante la Cena del Señor, en Lucas 22:24, con el que tenían poco antes de la experiencia del Pentecostés, en Hechos 1:14, y 2:1 y 46. ¿Qué marcó la diferencia en su vida?

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En Hechos 1:14 y 2:46, la palabra “unánimes” también significa “en un mismo espíritu” (NVI). Esto ocurrió como resultado de estar juntos en un mismo lugar, orando fervientemente por el cumplimiento de la promesa de Jesús de enviarles al Consolador.

Mientras esperaban, les hubiera resultado fácil comenzar a criticarse mutuamente. Algunos podrían haber señalado la negación de Pedro (Juan 18:15-18, 25-27) y las dudas de Tomás sobre la resurrección de Jesús (20:25). Podrían haber recordado el pedido de Jacobo y Juan para recibir los puestos más poderosos en el reino de Jesús (Mar. 10:35-41), o que Mateo era un despreciado ex recaudador de impuestos (Mat. 9:9).

Sin embargo, “estos días de preparación fueron días de profundo escudriñamiento del corazón. Los discípulos sentían su necesidad espiritual, y clamaban al Señor por la santa unción que los había de hacer idóneos para la obra de salvar almas. No pedían una bendición simplemente para sí. Estaban abrumados por la preocupación de salvar almas. Comprendían que el evangelio había de proclamarse al mundo, y demandaban el poder que Cristo había prometido” (HAp 30).

La comunión entre los discípulos y la intensidad de sus oraciones los prepararon para esta experiencia trascendental del Pentecostés. A medida que se acercaban a Dios y dejaban de lado sus diferencias personales, el Espíritu Santo preparó a los discípulos para llegar a ser testigos valientes y audaces de la resurrección de Jesús. Sabían que Jesús había perdonado sus tantas deficiencias, y esto les dio coraje para seguir adelante. Sabían lo que Jesús había hecho por ellos en su vida. Sabían que la promesa de la salvación se encontraba en él, y así “la ambición de los creyentes era revelar la semejanza del carácter de Cristo, y trabajar para el engrandecimiento de su reino” (HAp 39). No es de extrañar que el Señor haya podido hacer cosas poderosas a través de ellos. ¡Qué lección para nosotros como iglesia hoy!

Siempre es muy fácil encontrar cosas equivocadas en la vida de los demás. ¿Cómo podemos aprender a dejar de lado los errores de los demás, en beneficio de la causa mayor de hacer la voluntad de Dios en una iglesia unida?

PARA ESTUDIAR Y MEDITAR:

Lee “Unidad en la diversidad”, en El evangelismo, pp. 98-103.

La siguiente cita ayuda a revelar cómo la iglesia primitiva, unida en Cristo, fue capaz de conservar la unidad a pesar de las diferencias entre ellos, y así ser un poderoso testimonio para el mundo. “Dentro de la iglesia, las Escrituras ilustran de qué manera el Espíritu Santo guio a la iglesia primitiva en su proceso de toma de decisiones. Lo hace en al menos tres formas estrechamente interconectadas: las revelaciones (por ejemplo, el Espíritu le dijo a la gente qué hacer: Cornelio, Ananías, Felipe; y quizás el echar suertes), las Escrituras (la iglesia arribó a una conclusión en la que utilizó las Escrituras) y el consenso (el Espíritu obró desde el interior de la comunidad, de forma casi imperceptible, creando un consenso a través del diálogo y el estudio; finalmente, la iglesia se dio cuenta de que el Espíritu es- taba obrando dentro de ella). Parece que cuando la iglesia enfrentó conflictos culturales, doctrinales y teológicos en la comunidad de creyentes, el Espíritu Santo obró mediante el consenso en el proceso de toma de decisiones. En este proceso, vemos el papel activo de la comunidad de creyentes, no solo de sus dirigentes, y la importancia de la oración para el discernimiento. La conducción del Espíritu Santo se percibe a través de la interpretación de la Palabra de Dios por parte de la comunidad, la experiencia de la comunidad y sus necesidades, y a través de la experiencia de sus dirigentes en su servicio. Se tomaron distintas decisiones eclesiásticas mediante un proceso guiado por el Espíritu Santo en el que las Escrituras, la oración y la experiencia fueron elementos de reflexión teológica” (D. Fortin, “The Holy Spirit and the Church”, pp. 321, 322).

PREGUNTAS PARA DIALOGAR:

1. En clase, repasen las respuestas a la pregunta del miércoles sobre cómo decidimos cuáles enseñanzas y prácticas son esenciales para nosotros como adventistas del séptimo día y cuáles no.

2. ¿Cómo debemos relacionarnos con los cristianos de otras confesiones que, al igual que nosotros, creen en la muerte y la resurrección de Jesús?

Resumen: La prueba más convincente de la unidad es que los hermanos se amen como Jesús los amó. El perdón de nuestros pecados y la salvación que compartimos como adventistas son los mejores vínculos de nuestra comunión. En Cristo, podemos mostrarle al mundo nuestra unidad y testi- monio de nuestra fe común. No se espera menos de nosotros.

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