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ARRESTO EN JERUSALÉN | Lección 11: Para el 15 de septiembre de 2018

LEE PARA EL ESTUDIO DE ESTA SEMANA:  Hechos 21; Romanos 2:28, 29; Gálatas 5:6; Hechos 22; 23:1-30; Mateo 22:23-32. PARA MEMORIZAR:  “A la noche siguiente se le presentó el Señor y le dijo: Ten ánimo, Pablo, pues como has testificado de mí en Jerusalén, así es necesario que testifiques también en Roma” (Hech. 23:11). Poco [...]


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LEE PARA EL ESTUDIO DE ESTA SEMANA: 

Hechos 21; Romanos 2:28, 29; Gálatas 5:6; Hechos 22; 23:1-30; Mateo 22:23-32.

PARA MEMORIZAR: 

“A la noche siguiente se le presentó el Señor y le dijo: Ten ánimo, Pablo, pues como has testificado de mí en Jerusalén, así es necesario que testifiques también en Roma” (Hech. 23:11).

Poco después del primer viaje misionero de Pablo, se hizo evidente que había un desacuerdo elemental en la iglesia sobre cómo admitir a los gentiles en la fe (Hech. 15:1-5). Quizás al percibir la escalada del con-
flicto, Pablo concibió un plan para promover la unidad de la iglesia. Como en el Concilio le pidieron que se acordara de los pobres (Gál. 2:10), decidió invitar a las iglesias gentiles a brindar ayuda financiera para los hermanos de Judea, la “ofrenda para los santos” (1 Cor. 16:1), tal vez con la esperanza de ayudar a construir puentes entre los dos grupos.
Esto podría explicar su determinación de ir a Jerusalén al final de su tercer viaje, a pesar de los riesgos. Por un lado, tenía un amor sincero por sus com- patriotas judíos (Rom. 9:1-5); por el otro, anhelaba ver una iglesia unida (Gál. 3:28; 5:6). Como los judíos y los gentiles eran salvos por igual, no por las obras sino por la fe (Rom. 3:28-30), cualquier marginación social entre ellos basada en los requisitos ceremoniales de la Ley iba en contra de la naturaleza inclusiva del evangelio (Efe. 2:11-22).
Sigamos a Pablo al entrar en esta nueva etapa de su vida y su misión.

ENCUENTRO CON LOS DIRIGENTES DE JERUSALÉN

Cuando Pablo llegó a Jerusalén, recibió una cálida bienvenida por parte de los creyentes vinculados con Mnasón, con quienes se hospedaría (Hech. 21:16, 17).
En Hechos 21:18 al 22, Jacobo y los ancianos de Jerusalén expresaron su preocupación por la reputación de Pablo entre los creyentes judíos locales, celosos de la ley mosaica. Se les había informado que enseñaba a los conversos judíos que vivían en el extranjero a apostatar de Moisés, diciéndoles “que no circunciden a sus hijos, ni observen las costumbres” (Hech. 21:21).
Esto, por supuesto, no era así en realidad. Lo que Pablo enseñaba era que, en cuanto a la salvación, ni la circuncisión ni la incircuncisión significaban nada, ya que tanto judíos como gentiles eran igualmente salvos por la fe en Jesús (Rom. 2:28, 29; Gál. 5:6; Col. 3:11). Esto no es lo mismo que alentar explí- citamente a los judíos a menospreciar la Ley y sus requisitos. Claro que la obediencia en sí no es sinónimo de legalismo, aunque se la podría tergiversar deliberadamente para que denote precisamente eso.

Lee Hechos 21:23 al 26. ¿De qué forma demostró Pablo que aún era un fiel judío?

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A Pablo le aconsejaron que fuese políticamente correcto. Debía mostrar la falsedad de los rumores acerca de sí mismo haciendo algo muy judío: proponer el voto nazareo de algunos creyentes judíos. Este voto era un acto especial de piedad a través del cual un judío se consagraba a Dios.
Lamentablemente, Pablo accedió. Los héroes, incluidos los bíblicos, tienen sus defectos, como podemos ver en la vida de Abraham, Moisés, Pedro y mu- chos otros. Se podría alegar que Pablo únicamente estaba siguiendo el prin- cipio de comportarse como judío al tratar con judíos (1 Cor. 9:19-23), o que es sabido que él mismo hizo un voto no mucho antes (Hech. 18:18), aunque la naturaleza precisa de este voto no es clara. Sin embargo, esta vez fue una transigencia, ya que suponía que él aprobaba los motivos legalistas detrás de la propuesta. La implicación de esa actitud era exactamente a lo que el apóstol trató vigorosamente de oponerse: que hay dos evangelios, uno para los gentiles, de la salvación por la fe, y otro para los judíos, de la salvación por las obras. Pablo “no estaba autorizado por Dios para concederles tanto como ellos pedían” (HAp 324).

En nuestros intentos por ser atinados, ¿cómo podemos cuidarnos para no cometer un error similar?

DISTURBIOS EN EL TEMPLO

Luego de aceptar la sugerencia de los dirigentes de la iglesia, Pablo debió someterse a una purificación ritual de siete días para ayudar a cumplir el voto de los hombres (Núm. 19:11-13). Al mismo tiempo, la tradición judía estipulaba que cualquier persona proveniente de tierras gentiles era inmunda y, por lo tanto, no podía ingresar en el Templo. Esta es la razón por la que Pablo tuvo que purificarse antes de ir a los sacerdotes para dar aviso de su proceso de purificación relacionado con los nazareos (Hech. 21:26).

Lee Hechos 21:27 al 36. ¿Qué ocurrió con Pablo al final de su período de siete días de purificación?

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Se produjo un disturbio, causado por aquellos que incitaban a la multitud contra Pablo, acusándolo de atacar los símbolos más sagrados de la religión judía, en especial de haber profanado el Templo. Dado que uno de los com- pañeros de viaje de Pablo era un creyente gentil de Éfeso llamado Trófimo (Hech. 21:29), pensaron que el apóstol lo había introducido en el patio interior del Templo, donde solo podían entrar los judíos. Si la acusación era legítima, Pablo sería culpable de una ofensa muy seria. En el muro que separaba el patio exterior del interior, había carteles en griego y en latín que les advertían a los visitantes gentiles que no avanzaran más; de lo contrario, serían personal- mente responsables de su muerte subsiguiente.
“Según la ley judía, era un crimen punible de muerte el que un incircunciso penetrara en los atrios interiores del edificio sagrado. Habían visto a Pablo en la ciudad en compañía de Trófimo, de Éfeso, y suponían que Pablo lo había introducido en el Templo. Pero no había hecho tal cosa; y como Pablo era judío, no violaba la Ley al entrar en el Templo. No obstante ser de todo punto falsa la acusación, sirvió para excitar los prejuicios populares. Al propalarse los gritos por los atrios del Templo, la gente allí reunida fue presa de salvaje excitación” (HAp 326).
Cuando las noticias de los disturbios llegaron hasta una fortaleza romana, el comandante romano, Claudio Lisias (Hech. 21:31, 32; 23:26), vino con tropas y rescató a Pablo antes de que la multitud pudiera matarlo.
Como blanco de los ataques, Pablo fue arrestado y encadenado mientras el comandante trataba de averiguar lo que estaba sucediendo. Ante los gritos histéricos de la multitud, ordenó que el apóstol fuera llevado a la fortaleza.

Los rumores, falsos por cierto, ayudaron a iniciar este motín. ¿Por qué debemos ser tan cuidadosos con los rumores que oímos o, peor aún, con difundirlos?

ANTE LA MULTITUD

Hechos 21:37 al 40 relata lo que sucedió después. Mientras llevaban a Pablo a la fortaleza romana para interrogarlo, le pidió permiso al comandante para hablarle a la gente, que aún clamaba frenéticamente por su muerte.
Cuando le habló en griego al comandante, este pensó que Pablo podría ser un cierto judío de Egipto que tres años antes había iniciado una revuelta en Jerusalén contra la ocupación romana. Sin embargo, la revuelta fue sofo- cada por las fuerzas romanas; muchos de sus seguidores fueron asesinados o arrestados, mientras que el egipcio escapó.

Después de mencionar que era de Tarso, no de Egipto, Pablo consiguió permiso para hablar. En su discurso, no ofreció una respuesta detallada a las acusaciones formuladas en su contra (Hech. 21:28), sino que les contó la historia de su conversión, destacando su devoción al judaísmo, hasta el punto de haber perseguido a los creyentes en Jesús. Cuando se enfrentó con una serie de revelaciones del Señor, no tuvo más remedio que seguir- las. Esto explica el cambio completo en su vida y su llamado a predicar a los gentiles. En lugar de entrar en una discusión teológica, Pablo les contó su propia experiencia y por qué hizo lo que hizo. Lee Hechos 22:22 al 29. ¿Cómo reaccionó la turba a la declaración de Pablo de que él era un apóstol enviado a los gentiles?

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La decisión de permitir que Pablo hablara no resultó ser buena. Al referirse a su compromiso con los gentiles, Pablo parecía estar confirmando la verdad de los cargos en su contra (Hech. 21:28), y la multitud se volvió a enfurecer.
El comandante romano quizá no entendió todo lo que dijo Pablo; así que, decidió interrogarlo con azotes. Sin embargo, además de ser un judío de pura sangre (Fil. 3:5), Pablo también tenía la ciudadanía romana, y cuando mencionó esto el comandante tuvo que echarse atrás. Como ciudadano romano, Pablo no podía ser sometido a esa clase de tortura.

Lee el discurso de Pablo (Hech. 22:1-21). ¿Qué evidencias ves de que, además de defenderse, Pablo también les estaba predicando a sus compa- triotas judíos? ¿Por qué contó la historia de su conversión? ¿Qué tienen las historias de conversión que atraen tanto?

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ANTE EL SANEDRÍN

Cuando el comandante romano se dio cuenta de que Pablo no represen- taba ninguna amenaza para el imperio; es decir, que el problema entrañaba disputas internas de los judíos, le pidió al Sanedrín que asumiera el caso (Hech. 22:30; 23:29).

Lee Hechos 23:1 al 5. ¿Cómo comenzó Pablo su defensa ante el Sanedrín?

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La declaración introductoria de Pablo fue recibida con una bofetada en la boca, tal vez porque, como prisionero, su referencia a Dios sonaba blasfema. Su reacción impulsiva nos da una idea de su temperamento. Al llamar “pared blanqueada” al sumo sacerdote (Hech. 23:3), quizá se hizo eco de la condena de Jesús a la hipocresía de los fariseos en Mateo 23:27. Sin embargo, como Pablo no sabía realmente que se estaba dirigiendo al sumo sacerdote, no se puede descartar por completo la posibilidad de que tuviera problemas de la vista.

Lee Hechos 23:6 al 10. ¿Cómo intentó Pablo interrumpir ingeniosamente el proceso?

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El Sanedrín estaba compuesto por saduceos y fariseos, que estaban enfren- tados en una serie de cuestiones; una de ellas era la doctrina. Los saduceos, por ejemplo, cuyo canon bíblico incluía solo los primeros cinco libros de Moisés (el Pentateuco), no creían en la resurrección de los muertos (Mat. 22:23-32).
No obstante, la declaración de Pablo (Hech. 23:6) era más que una táctica inteligente para distraer al Sanedrín. Dado que su encuentro con el Jesús resucitado camino a Damasco era la base de su conversión y su ministerio apostólico, la creencia en la resurrección era el verdadero problema por el que se lo juzgaba (Hech. 24:20, 21; 26:6-8). Ninguna otra cosa podría explicar cómo había cambiado su antiguo celo para llegar a ser lo que era ahora. Si Jesús no había resucitado de entre los muertos, entonces su ministerio no tenía sentido, y él también lo sabía (1 Cor. 15:14-17).
Esa noche, mientras Pablo estaba en la fortaleza, el Señor se le apareció con este mensaje de aliento: “Ten ánimo, Pablo, pues como has testificado de mí en Jerusalén, así es necesario que testifiques también en Roma” (Hech. 23:11). Dadas las circunstancias, esa promesa podría haber sido particularmente significativa para Pablo. Su anhelado deseo de predicar en Roma (Hech. 19:21; Rom. 1:13-15; 15:22-29) todavía se haría realidad.

EL TRASLADO A CESAREA

Enfadados por el hecho de que aún no se habían librado de Pablo por medios legales, un grupo decidió orquestar un plan en el que lo emboscarían y lo matarían por mano propia.

Lee Hechos 23:12 al 17. ¿Cuál era el plan de ellos y cómo se frustró? ¿Qué nos enseña esto sobre lo apasionadas que pueden ser las personas por causas equivocadas?

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El hecho de que más de cuarenta judíos conspiraran juntos contra Pablo y se comprometieran bajo juramento revela cuánto odio había despertado el apóstol en Jerusalén. Lucas no nos da la identidad de estos hombres, pero eran extremistas dispuestos a hacer lo que fuera necesario para proteger la fe judía de sus supuestos traidores y enemigos. Tal nivel de fanatismo religioso, junto con un fervor revolucionario y nacionalista, no era infrecuente en Judea y sus alrededores en el siglo I.
No obstante, de una manera providencial, las noticias de la trama llegaron a oídos del sobrino de Pablo. Resulta decepcionante no saber casi nada sobre la familia de Pablo, pero aparentemente él y su hermana se habían criado en Jerusalén (Hech. 22:3), donde ella se casó y tuvo al menos un hijo. De todos modos, el sobrino de Pablo (el diminutivo neaniskos [Hech. 23:18, 22] y el hecho de que lo tomaran “de la mano” (Hech. 23:19) implica que aún era adolescente) pudo visitarlo en la fortaleza y contarle la historia.

Lee Hechos 23:26 al 30. ¿Qué mensaje envió el comandante Lisias al gobernador Félix referente a Pablo?

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La carta le brindó a Félix un claro informe de la situación. Además, muestra que Pablo se benefició por su ciudadanía romana. La ley romana protegía completamente a sus ciudadanos, que tenían el derecho, por ejemplo, de tener un juicio legal, en el que podían comparecer ante el tribunal y defenderse (Hech. 25:16), y el derecho a apelar ante el emperador en caso de un juicio injusto (Hech. 25:10, 11).
Al margen de la reputación de Félix, este le brindó a Pablo el procedimiento legal adecuado. Después de un interrogatorio preliminar, ordenó que lo man- tuvieran bajo vigilancia hasta que llegaran los acusadores.

Piensa en la providencia de Dios en la vida de Pablo. ¿Cuán a menudo has reconocido humildemente la providencia de Dios en tu vida a pesar de las pruebas y el sufrimiento que quizá hayas experimentado?

PARA ESTUDIAR Y MEDITAR:

“En esa ocasión, Pablo y sus acompañantes presentaron formalmente a los dirigentes de la obra en Jerusalén las contribuciones enviadas por las iglesias gentiles para el sostén de los pobres entre sus hermanos judíos [...].
“Estas ofrendas voluntarias expresaban la lealtad de los conversos gentiles a la obra de Dios organizada en todo el mundo, y todos debían haberlas recibido con agradecimiento. Sin embargo, era evidente para Pablo y sus acompañantes que, aun entre aquellos delante de los cuales estaban en ese momento, había quienes eran incapaces de apreciar el espíritu de amor fraternal que había inspirado esos donativos” (HAp 320).
“Si los dirigentes de la iglesia hubiesen abandonado plenamente sus sen- timientos de amargura contra el apóstol, y lo hubieran aceptado como a uno especialmente llamado por Dios para dar el evangelio a los gentiles, el Señor habría permitido que lo tuvieran por más tiempo. Dios no había dispuesto que las labores de Pablo terminaran tan pronto; pero no hizo un milagro para contrarrestar el curso de las circunstancias creadas por el proceder de los dirigentes de la iglesia de Jerusalén.
“El mismo espíritu conduce aún a los mismos resultados. El dejar de apre- ciar y aprovechar las provisiones de la gracia divina ha privado a la iglesia de muchas bendiciones. Cuán a menudo el Señor habría prolongado la obra de algún fiel ministro si sus labores hubieran sido apreciadas. Pero si la iglesia permite que el enemigo de las almas pervierta el entendimiento, de modo que se falseen e interpreten mal las palabras y los actos del siervo de Cristo; si se llega a obstruir su camino y estorbar su utilidad, el Señor los priva algunas veces de la bendición que había dado [...].
“Después de que las manos están cruzadas sobre su pecho exánime, cuando la voz de amonestación y aliento se acalla, entonces los obstinados pueden despertar y ver la magnitud de las bendiciones de las que se privaron. Su muerte puede realizar lo que no logró hacer su vida” (HAp 333, 334).
PREGUNTAS PARA DIALOGAR:
1. Al ir a Jerusalén a pesar de saber que no sería bienvenido, Pablo puso los intereses de la iglesia por encima de sus intereses personales. ¿En qué medida deberíamos seguir su ejemplo?
2. ¿Qué podemos aprender del compromiso de Pablo en Jerusalén? ¿Cómo podemos ser políticamente correctos sin renunciar a los principios por los que vivimos? ¿Se puede?
3. La unidad de la iglesia siempre es muy importante. ¿Cómo podemos aprender a trabajar juntos, unidos, incluso cuando tenemos diferentes puntos de vista?

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