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El valor de los niños al ojos de Dios

Con la edad del Aventurero empieza el deseo por el bautismo. Pero, aunque por un lado aumenta este deseo, surgen preguntas sobre la legitimidad de bautizar juveniles. Algunos piensan que es muy temprano, que es una decisión tomada sin mucha profundidad, que una decisión en esa fase de la vida no dura mucho y que […]


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Con la edad del Aventurero empieza el deseo por el bautismo. Pero, aunque por un lado aumenta este deseo, surgen preguntas sobre la legitimidad de bautizar juveniles. Algunos piensan que es muy temprano, que es una decisión tomada sin mucha profundidad, que una decisión en esa fase de la vida no dura mucho y que van a terminar en la apostasía, o que la iglesia está menoscabando la importancia del bautismo al aceptarlos a una edad tan temprana. Por supuesto, otros son favorables a la idea e incentivan las decisiones bautismales en esa etapa de la vida.

¿Cuál debe ser la postura de un líder de Aventureros sobre este asunto? Necesitamos pensar un poco más sobre esto asunto, además de buscar cuál es la orientación de Dios al respecto, para que un asunto tan importante no produzca divergencias sino que traiga armonía.

Al leer este capítulo, tenga en mente el significado del bautismo: el bautismo es una ceremonia de entrega. De acuerdo con la simbología bíblica, es una declaración de amor, como en el matrimonio, o como el comienzo de una nueva vida, en la resurrección. En ambos ejemplos, el bautismo es el comienzo y no el fin de un proceso. Es necesario ver la decisión juvenil dentro de ese marco.

El alcance de la decisió

Dios acepta y entiende la decisión de cada persona, dentro de su realidad. Un menor está apenas comenzando a entender la vida, y es dentro de ese contexto que él hace su entrega al Señor. Su decisión no puede ser comparada con el alcance de la decisión de un adulto, incluso porque está lejos todavía de esa fase y no enfrenta la misma realidad de vida. Al tomar su decisión, un juvenil está declarando su amor por Jesús, su deseo de permanecer a su lado, y su compromiso con las cosas simples y prácticas del evangelio. La Sra. Elena de White es clara, cuando dice que “el bautismo no transforma en cristianos a los niños, ni los convierte. Es tan sólo un signo externo que muestra que comprenden que debieran ser hijos de Dios, reconociendo que creen en Jesucristo como su Salvador y que, por lo tanto, vivirán para Cristo” (Conducción del niño, pp. 472, 473).

Es preciso tener cuidado con los excesos. Conociendo los principios bíblicos y comprometiéndose con ellos, el niño va a tener la oportunidad de continuar creciendo durante su vida cristiana. Ese crecimiento va a depender, principalmente, de la manera en que se inició su vida cristiana. Si él fue bien recibido, si fue estimulado, si se le enseñaron las cosas prácticas, si siente que la iglesia lo aceptó, todo eso va a preparar el camino para el crecimiento que vendrá con la experiencia y con la edad.

El riesgo de la prohibició

Los niños y los adolescentes tienen un gran valor para Dios; por eso, es necesario tener mucho cuidado con las constantes prohibiciones en cuanto a su bautismo. Necesitamos mostrarles el bautismo no como un muro intraspasable, sino como un muro de protección, creando así en ellos el deseo cada vez mayor de bautizarse. Las constantes negativas, prohibiciones, exigencias o dificultades para autorizar el bautismo terminan creando un sentimiento de rechazo, formando una barrera. Lo que un día fue un sueño, comienza a transformarse en algo incómodo. Inconscientemente el juvenil piensa: “Si es tan bueno, ¿por qué nunca puedo bautizarme?”.

No significa decir con esto que cualquier niño que desea bautizarse debe ser bautizado, sino que tenemos que tener la habilidad de administrar esa situación, sin crear imposiciones, dificultades, pruebas o mecanismos que aparten al niño, en vez de estimularlo. Además, si un juvenil insiste, la iglesia debe permitir que sea bautizado en la primera oportunidad posible, mostrando que comprende su deseo y que quiere que esté al lado de Jesús. Pues, “Cristo asignaba a los niños un valor tan elevado, que dio su vida por ellos. Tratadlos como quienes fueron comprados por su sangre [...]

“El niño más pequeño, que ama y teme a Dios, es mayor a su vista que el hombre más instruido y talentoso, que descuida la gran salvación [...]. El alma del pequeñuelo que cree en Cristo es tan preciosa a sus ojos como los ángeles que rodean su trono. Los niños deben ser llevados a Cristo y educados para él” (El hogar adventista, p. 252).

La edad ideal

Las polémicas comienzan a surgir especialmente cuando definimos la mejor edad para el bautismo. Elena de White enseña que a partir de los 8 años de edad los niños ya comienzan a entrar en una determinada etapa de la vida. A partir de esa fase, deberían comenzar a ser preparados para la decisión por Cristo. No estoy diciendo que deban, necesariamente, ser bautizados a esa edad, pero ya deben comenzar a ser guiados en esa dirección. Esto es lo que dice: “Los niños de 8, 10 y 12 años tienen ya bastante edad para que se les hable de la religión personal. No mencionéis a vuestros hijos algún período futuro en el que tendrán bastante edad para arrepentirse y creer en la verdad. Si son debidamente instruidos, los niños, aun los de poca edad, pueden tener opiniones correctas acerca de su estado de pecado y el camino de salvación por Cristo” (Conducción del niño, p. 464).

Éste no es un tema para dejarlo para después, sino una cuestión que debe presentarse a los niños y a los adolescentes en la primera oportunidad en que puedan considerarlo. Después de todo, cuando comienzan a hacer sus decisiones más serias, cuando comienzan a tener mayor autonomía, cuando ya deben asumir alguna responsabilidad y responder por sus actitudes, necesitan ser llevados a decidirse por Jesús.

La postura de los padres

Más que a los dirigentes del Club, cabe a los padres tener la sabiduría de tratar esta cuestión. Su actitud debería ser siempre en la dirección de apoyar y estimular la decisión de que los hijos entreguen su vida a Jesús. Elena de White dice: “Mientras el Espíritu Santo influye en los corazones de los niños, colaborad en su obra. Enseñadles que el Salvador los llama, y que nada lo alegra tanto como verlos entregarse a él en la flor y la lozanía de la edad” (El evangelismo, p. 422).

Si un juvenil quiere bautizarse, pero no está todavía en la edad ideal, es importante no negarle el bautismo, sino más bien explicarle que va ser bautizado un poco más adelante. Es entonces la oportunidad para comenzar a estudiar las cosas prácticas de la vida cristiana y crear actividades especiales que lo vayan preparando hasta llegar a la edad más adecuada. Los padres deben siempre evaluar la capacidad de decisión e interés, pero deben recordar que no hay que crear metas de perfección como condición para que sean bautizados; y, por supuesto, mucho menos hacer alusión al bautismo en los momentos de disciplina. El consejo inspirado es: “Si yerran, no los regañéis. Nunca los vilipendiéis haciéndoles notar que son bautizados y, sin embargo, cometen errores. Recordad que tienen mucho que aprender acerca de los deberes de un hijo de Dios” (Conducción del niño, p. 474).

La postura de los líderes de la iglesia

La actitud de los dirigentes de la iglesia también debe ser siempre en el sentido de apoyar la decisión de bautizarse. Aunque el niño no tenga la edad o no esté preparado, la iglesia debe demostrar interés en ayudarlo, estudiando con él, incentivándolo para que mantenga viva esa decisión.

Algunas cosas que se deben tomar en cuenta para apoyarlos, son:

  1.  No minimizar o ridiculizar su decisión. No decir: “Sólo pasaron niños al frente en el momento del llamado. No tenemos a nadie para bautizar” o “¿Tú quieres bautizarte? ¡Falta mucho para que llegue ese día!”
  2. Hay que evitar concentrar observaciones negativas o crear un modelo inalcanzable. No decir: “Ese niño habla demasiado durante el culto. No está todavía maduro para ser bautizado”. O “Tenemos dudas en cuanto a su preparación. Vamos a hacer un examen antes”.
  3. Nunca decir que no pueden ser bautizados porque son muy jóvenes y van a acabar apostatando. La apostasía, en la mayoría de los casos, es mayor entre los adultos que entre los juveniles. Si a los niños se los integra y si se comprometen con la iglesia desde pequeños, tienen muchas menos posibilidades de abandonar la iglesia.
  4.  Evaluar el deseo y la situación de la familia. Es necesario que la familia comprenda y apoye la decisión. “Al consentir en que sus hijos sean bautizados, los padres se comprometen solemnemente a ser fieles mayordomos para con estos hijos, a guiarlos en la edificación de su carácter” (Conducción del niño, p. 473).
  5. Es una buena idea buscar “padrinos” espirituales. Hay muchos que no tienen una familia estable, o vienen de familias que no tienen la misma fe. Es importante que un adulto, el Club de Aventureros, o la escuela adventista puedan apoyarlos y orientarlos en los primeros pasos. La preocupación de que tengan la Guía de Estudio de la Biblia, de la Escuela Sabática, una invitación para almorzar el sábado o para sentarse juntos en los cultos de la iglesia, puede ser muy importante. En el caso de familias no adventistas, puede ser una oportunidad para conquistarlas también. Elena de White dice: “Por medio de los hijos serán alcanzados muchos padres” (El evangelismo, p. 425).
  6. Organizar una clase bíblica especial. Ese es el camino para preparar y tener juveniles debidamente instruidos para el bautismo. Esa clase puede funcionar en la escuela adventista, en el Club de Aventureros ó en conexión con los Ministerios de los Niños. En fin, hay diversas oportunidades para que la iglesia cumpla su papel y prepare cabalmente a sus juveniles.

El apoyo de Elena de White

En sus días, Elena de White apoyaba la decisión, la entrega y el bautismo de jovencitos. Ellos maduraban un poco más tarde que la generación de nuestros días; pero, aun así, ella insistía hablando de la importancia de esa decisión. Al relatar una reunión en la que participó, ella cuenta:

“Pienso que las reuniones para niños realizadas en Monterrey (Michigan) fueron las mejores de todas a las que asistimos. Todos comenzaron a buscar al Señor y a preguntar: ‘¿Qué debemos hacer para ser salvos?’ [...].
Sabíamos que el Señor estaba trabajando por nosotros, trayendo a estas queridas criaturas a su redil [...].

“Estos niños deseaban ser bautizados [...]. El martes, diez niñas se acercaron a las aguas para recibir la ordenanza del bautismo.

“Simpatizamos profundamente con una niña que quería ser bautizada. Vino con sus jóvenes compañeras para descender a las aguas, pero frente al agua se asustó [...]. Todas fueron bautizadas excepto ella, que no se animó a entrar en las aguas. Nos dimos cuenta de que Satanás se oponía a la buena obra y que a toda costa quería impedirle que se bautizara.

“Le puse la túnica bautismal, e insistí para que entrara en las aguas. Pero ella vaciló. Mi esposo de un lado, yo del otro y el padre de ella implorando, tratamos de animarla a seguir adelante, pero su pavor al agua la hizo recusarse. Finalmente, ella consintió. Mojó la cabeza y las manos, mientras el pastor oficiante repetía varias veces las palabras: ‘En nombre del Señor, prosigue’. Tranquilamente, entró entonces en el agua y fue sepultada a semejanza de la muerte de Cristo. [...] Al día siguiente, cinco niños expresaron su deseo de ser bautizados. Era una escena interesante ver a aquellos niños, todos más o menos de la misma edad y tamaño, lado a lado, profesando su fe en Cristo” (Perguntas que Eu Faría a Irmá White, p. 25).

¿Qué hacer?

Después de analizar el asunto, la mejor recomendación es equilibrio y sabiduría para decidir. No sea tan duro que cierre todas las puertas, exigiendo en demasía y terminando por desanimar al niño con respecto a esa decisión especial. Por otro lado, no bautice precipitadamente, sin ninguna preparación, sólo por tener un número más. El mejor camino es estimular, preparar y llevar a los jovencitos al bautismo, con la tranquilidad de que ellos están seguros de la decisión y que tendrán amparo suficiente para vivir la vida cristiana. Si usted se equivoca en su evaluación, prefiera equivocarse siempre llevándolos a Jesús, y no apartándolos de él y del bautismo.

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