Evangelismo

Historia del Evangelismo Público Adventista

Historia del Evangelismo Público Adventista


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La Iglesia Adventista del Séptimo Día nació como un movimiento de evangelismo. Como la mayoría de las denominaciones, sus primeros años abarcaron un enfoque valiente para alcanzar al mundo con la comprensión singular del evangelio que los pioneros descubrieron. Surgiendo de las cenizas de la desilusión millerita, los adventistas se levantaron con el deseo de difundir el mensaje de la cercanía del advenimiento y de proclamar nuestra verdad del sábado a sus amigos milleritas.

Emergiendo de sus teorías de la “puerta cerrada” y comenzando a descubrir que el adventismo debía ir más allá de donde habían ido aquellos que participaron en el movimiento millerita, la IASD comenzó su rápido crecimiento tanto en Estados Unidos como también en su gran misión de expandirse alrededor del mundo. Inmediatamente después de su organización oficial, en 1863, con poco más de 3000 miembros, la Iglesia creció a una velocidad impresionante a lo largo de las décadas siguientes. La década de 1860 vio un crecimiento anual del 7,9%. La tasa de crecimiento creció vertiginosamente en la década siguiente hacia el mejor promedio de la historia de la denominación, alcanzando el 18,6% por año en la década de 1870. La tasa cayó a la mitad en la década de 1880, cayendo al 9,1% por año, pero se aceleró otra vez en la década de 1890 alcanzando el segundo mejor promedio de crecimiento para una década: 12,2%.

El siglo XIX fue una época de rápida expansión de la Iglesia. Esta creció de 3000 en 1860 a 66.547 en el 1900. ¿Qué fue lo que causó ese gran crecimiento?
Obviamente el rápido desarrollo sucedió como resultado de la apertura de nuevas iglesias en todos los lugares y de la expansión del adventismo por todo el mundo, a medida que la Iglesia comenzó a comprender su función misionera. Sin embargo, un ingrediente vital en esa rápida expansión fue el papel que desempeñó el Evangelismo Público desde los primeros momentos del adventismo.

Surgir del movimiento millerita con su pesada énfasis en la predicación en auditorios, iglesias, escuelas y carpas, llevó a los primeros adventistas a copiar el método de comunicación usado de manera tan eficaz por los milleritas. Por lo tanto, el medio principal por el cual se difundió el mensaje adventista en los primeros días fue el uso de la misma técnica básica usada por los milleritas.

En el verano de 1854, los adventistas del séptimo día comenzaron a usar las grandes carpas para charlas. Era algo raro por aquellos días ver carpas que se usaban para tal propósito: como consecuencia, multitudes asistían.
El pastor G. B. Starr fue entrevistado en Wabash, Indiana y le preguntaron por qué los adventistas estaban creciendo tan rápidamente. Él antes de todo atribuyó el crecimiento al hecho de que los pastores adventistas eran evangelistas, pero observó cómo esos evangelistas pasaban su tiempo.
“Bien, en primer lugar —respondió—no tenemos pastores establecidos en un solo lugar. Se enseña a nuestras iglesias a cuidarse a sí mismas, mientras casi todos nuestros ministros trabajan como evangelistas en nuevos campos. En el invierno, ellos van a las iglesias, auditorios, escuelas y ganan creyentes. En el verano, usamos carpas. Las armamos en las ciudades y pueblos y le enseñamos estas doctrinas a la gente.
Verá usted que esos primeros adventistas difundieron su mensaje principalmente por medio de una serie de conferencias públicas, tal como se hacía durante el movimiento millerita. Otra manera de alcanzar a las personas era por medio de reuniones de campamentos adventistas. En vez de ser exclusivamente para miembros, estas reuniones se realizaban en varios lugares con el fin de alcanzar otras personas.
Los adventistas de un estado o región se reunían una vez al año para una reunión campestre. Dado que las iglesias no tenían un pastor local, pocas de ellas contaban con predicaciones regulares; por eso, la reunión campestre era un evento muy esperado, y la mayoría de los adventistas de la región llegaba hasta la reunión, armaba una carpa y pasaba el tiempo en reavivamiento espiritual. Sin embargo, la reunión campestre no se realizaba exclusivamente para los miembros, sino que tenía un gran propósito de evangelismo.

Durante el día, el centro de la reunión campestre era brindar ayuda espiritual a los miembros, pero las reuniones a la noche tenían la forma de una reunión de evangelismo público. Las personas de la comunidad eran invitadas a asistir a los cultos de la reunión. De esa manera se compartían muchas de las verdades adventistas. Cuando la reunión terminaba, se dejaba a alguien para reunir a los interesados, bautizarlos y organizar una iglesia. Si bien las reuniones campestres no eran el método principal por el cual se desarrolló el adventismo primitivo, era parte del paquete que contenía un énfasis en evangelismo público desde sus primeros días.

Como resultado del reavivamiento de la justificación por la fe entre los adventistas en la Asamblea de la Asociación General en Minneapolis, en 1888, hubo rápidamente un cambio en el contenido del evangelismo público adventista. La discusión terminó y surgió un enfoque centrado en Cristo. En vez de predicar solo la ley, los adventistas ahora predicaban un mensaje que colocaba a Cristo en el centro de la ley. El cambio obviamente no fue inmediato en todo el mundo, pero sí comenzó una tendencia general en dirección a la centralización en Cristo en el contenido del mensaje.
Un buen ejemplo de esa tendencia es la llegada de W. W. Prescott a Australia en 1895. Él llegó a Melbourne a finales de ese año, en la reunión campestre de Armadale. Recuerde que esas reuniones eran para evangelizar. Junto a Elena de White y otros, él comenzó a predicar sermones en armonía con el nuevo énfasis de los adventistas en Cristo.
Los obreros de la iglesia estaban sorprendidos, en especial por los prejuicios contra los adventistas que se había desarrollado en la comunidad. Thoughts on Daniel and Revelation [consideraciones sobre Daniel y Apocalipsis
] de Urias Smith fue distribuido de manera amplia por colportores y sus puntos de vista arianos sobre la preexistencia de Cristo hicieron que muchos vieran a los adventistas como una secta hereje, subcristiana que negaba la divinidad de Cristo. Prescott respondió a la crítica predicando la doctrina cristiana. “Su tema, de principio a fin, siempre es Cristo”, relató W. C. White. “Predicar a Jesús como lo ha hecho el profesor Prescott”, agregó A. G. Daniells, “parece haber desarmado completamente a las personas con prejuicios”. Él sintió que la imagen pública de los adventistas fue completamente revolucionada por el profesor.
Evidentemente, ese nuevo énfasis en el evangelio en la década de 1890 ayudó a la iglesia a retomar su crecimiento, haciendo que los adventistas aumentaran la tasa de crecimiento hasta cerca del n25% en la última década del siglo XIX. Ese siglo terminó con un énfasis muy fuerte en el evangelismo público que incluía un enfoque que se centralizaba mucho más en la gracia y en Cristo al compartir el mensaje.

Aurora de un Nuevo Siglo

El siglo XX vio la prosperidad del adventismo en la nueva misión global; sin embargo, Norteamérica estaba debilitándose en la gran misión de la iglesia. La denominación fue establecida en la mayor parte del continente norteamericano, y sus instituciones estaban prosperando. El sanatorio de Battle Creek (Battle Creek, Michigan), bajo la dirección de John Harvey Kellogg, se había hecho famoso y era respetado.
De algún modo, el adventismo en Norteamérica estaba perdiendo su sentido de misión. El evangelismo estaba más allá de los océanos, pero en la tierra natal comenzaron a sentir que debían concentrar sus esfuerzos para alcanzar a sus propios hijos, en lugar de alcanzar a otros con eventos de evangelismo público. Las reuniones públicas y los evangelistas públicos estaban en decadencia. El enfoque de la Iglesia comenzó a mudar de la acción de alcanzar a la acción de mantener.
En el siglo XIX, la Iglesia Adventista existió sin pastores locales. El ministerio consistía en plantar iglesias y evangelizar. Las iglesias locales existían por sí solas sin mucha atención pastoral. La iglesia se veía a sí misma como una agencia misionera, en vez de una mantenedora de salvos. Sin embargo, a medida que llegaba el nuevo siglo, comenzaron a levantarse pedidos de las iglesias para que se colocaran pastores para el rebaño, así como para otras denominaciones.
Como resultado, en los primeros 20 años del siglo XX, los adventistas comenzaron a colocar pastores en las congregaciones más grandes. Con la reorganización de los pastores de las responsabilidades misioneras para los cargos de mantenimiento, la tasa de crecimiento cayó en Norteamérica. El evangelismo ya no era más la principal actividad de las iglesias locales o de la denominación como un todo. Aproximadamente en 1920, se comenzó a designar pastores locales no solo para las iglesias mayores, sino también para las menores, a medida que se formaban los distritos pastorales. El movimiento misionero del adventismo en Norteamérica cesó.
Otro factor que causó la parálisis del evangelismo a comienzos del siglo XX fue la preocupación de la iglesia por sus instituciones, principalmente el sanatorio de Battle Creek. Los mejores y más brillantes esfuerzos del adventismo estaban siendo consumidos por esa institución, y las filas ministeriales estaban siendo exclusivas para los adultos más inteligentes. Con tanto tiempo, dinero y talento siendo colocado en las instituciones, quedó poco esfuerzo para el evangelismo.

Llegada de Elena de White

Durante la última década del siglo XIX, Elena de White residió en Australia y trabajó para construir una fuerte base para la iglesia en aquel continente. En el 1900 ella volvió a los Estados Unidos. Para ella, la iglesia cambió de manera radical durante su ausencia de diez años. La mentalidad misionera estaba desapareciendo y la iglesia parecía estar viviendo para mantener santos.

Además, Elena de White también estaba bastante preocupada por la concentración de poder en manos de algunos en Battle Creek. Cuando ella volvió, comenzó a insistir en dos direcciones. Primero, la reorganización de la iglesia para evitar la centralización de poder, que se consiguió en la reorganización de 1901 con la creación de las uniones. La otra fue un clamor para que se volviera a encender la llama del movimiento misionero.
El adventismo primero fue un movimiento rural. Las ciudades eran consideradas malas, y se animaba a los adventistas a huir de ellas. A medida que EE. UU se fue extendiendo hacia el oeste, el adventismo se extendió con él, plantando iglesias en todas las nuevas localidades. El principal instrumento que se usaba eran las reuniones en las carpas y como estas no funcionaban muy bien en las ciudades grandes, fueron descuidadas. Sin embargo, Estados Unidos en aquella época era básicamente una nación rural, donde solo el 20% de las personas vivía en áreas urbanas. El siglo XX cambiaría todo eso. Ya para finales del siglo, el 80% de la población vivía en áreas urbanas y solo el 20% en áreas rurales.
Es interesante notar que la orientación profética de Elena de White intentaba movilizar a la iglesia a un ministerio urbano cuando el cambio haca la urbanización comenzó, en la primera parte del siglo XXI. No era solo evangelismo lo que ella enfatizaba, sino el evangelismo público urbano. Ella se preocupó bastante porque la iglesia alcanzara a las masas comenzando a mudarse a las áreas metropolitanas.
El comienzo del siglo XX trajo el fin del impresionante ministerio de Dwight Moody y el comienzo del evangelismo exuberante de Billy Sunday. El evangelismo público popular estaba centralizado en “personalidades” que reunían grandes multitudes. Eso era anatema para la mayoría de los adventistas a quienes no les gustaba el evangelismo centrado en personalidades. Por ese motivo, se resistían a permitir que los oradores populares fueran a las grandes ciudades donde reunirían grandes multitudes. Temían que si creaban tales personalidades y esos líderes dejaban la iglesia, eso perjudicara la viabilidad del mensaje.
Tal resistencia era comprensible, sin embargo, no se estaba alcanzando a las personas y eso era peor que tener a algunos que dejaban la denominación a causa de una personalidad. Eso se demostraba con claridad en el ministerio de E. E. Franke, que estaba realizando reuniones en la ciudad de Nueva York y atrayendo multitudes en aquel tiempo (hasta 1000 personas) con significativas conversiones. A media que él se fue haciendo famoso, comenzó a promoverse a sí mismo, hasta que dejó finalmente la denominación y luchó en contra de ella. Su apostasía solo confirmó que los adventistas debíamos dejar las ciudades en paz y evitar crear esas “personalidades”.
Otro evangelista prometedor de comienzos del siglo XX fue William Simpson, que predicó en la costa oeste. Él también estaba atrayendo a grandes multitudes de hasta 2.000 personas, con muchas conversiones. Él era un innovador de los recursos visuales en el evangelismo público, y creaba imágenes tridimensionales de las bestias de Daniel y Apocalipsis. Era leal y fiel a la denominación y era una gran promesa para llevar a la iglesia adelante en el evangelismo urbano. Sin embargo, se enfermó y murió en 1907, a los 35 años. Ese fue el fin de las esperanzas adventistas para un movimiento evangelista en las ciudades.

Como resultado, la tasa de crecimiento mundial de la iglesia cayó al 3,6% por año en la década, la tasa más baja para una década en la historia de la iglesia adventista. En Norteamérica, la tasa cayó al 1%. No era porque el continente norteamericano de repente se volvió infértil. Era el auge del evangelismo público evangélico, con Billy Sunday, el esplendido jugador de béisbol que se hizo predicador, predicando si aún jugara para el Chicago White Stockings. Además, existían otros evangelistas populares como Torrey y Chapman. Los adventistas podrían haber hecho mucho durante esa época, pero al perder el sentido de misión y de urgencia de su obra, fueron consumidos con la expansión de la organización en vez de la misión.

Elena de White hizo muchos llamados durante esa década para que la iglesia se convirtiera en un movimiento de evangelismo una vez más. Sin embargo, la hermandad reaccionó solo con resoluciones, pero nunca con alguna acción. En la época de la Asamblea de la Asociación General, en 1909, las energías se centralizaron solo en la expansión como organización en respuesta a la reorganización de 1901. Spicer relató que la Iglesia había enviado 328 voluntarios el año anterior. Toda la expansión era en el extranjero, no en Norteamérica. El presidente de la Asociación General, A. G. Daniels, contó que más de 500 personas habían sido sacadas del campo y colocadas en la administración desde 1901. Esa era su evidencia de expansión: sacar a las personas del campo de labor y ponerlas en la administración. Y resulta más irónico aún cuando se considera que toda esa fuerza trabajadora ministerial era de solo 1.200 personas, y la mitad de ellas fue reubicada en la administración.

A Elena de White no le agradaba para nada la idea. Esa sería la última Asamblea de la Asociación General en la que ella estaría presente. Por nueve años ella insistió en el evangelismo en las ciudades, y nada sucedió. Todo lo que ellos trataban era la expansión de la organización, mientras que los campos carecían de evangelistas calificados. En ese contexto llegó la profetisa del Señor instando a una acción en las ciudades. Todo lo que la Asociación podía reunir eran algunos planes pequeños para comenzar a distribuir literatura en las ciudades.

A Elena de Ellen White no le interesaban las resoluciones o los pequeños planes. Ella confrontó a los delegados de la sesión con la necesidad de hacer algo. Finalmente, ella llamó a W. W. Prescott por el nombre y lo llevó a dejar su puesto de editor de la Review y mudarse a Nueva York para involucrarse en el evangelismo público. Los líderes se molestaron, pero terminaron la Asamblea con el sincero compromiso de hacer algo por el evangelismo urbano. Para dramatizar su preocupación, Elena de White, después de la sesión, pasó por ciudades del este, conduciendo reuniones de evangelismo a los 81 años de edad. Algunos de sus más poderosos llamados al evangelismo en las ciudades fue hecho en la Asamblea de la Asociación General de 1909. Aquí están algunos extractos.
Para la administración de negocios en las varias áreas de nuetsra obra, debemos empeñarnos, cuanto sea posible, para encontrar hombres consagrados que hayan sido capacitados en áreas administrativas. Debemos evitar mantener en esos centros a hombres que podrían hacer una obra más importante en la plataforma pública, presentando delante de creyentes las verdades de la Palabra de Dios.
Cuando pienso en la cantidad de ciudades que aún no han sido advertidas, no puedo descansar. Es inquietante pensar que por tanto tiempo han sido descuidadas.
Oh, que podamos ver las necesidades de esas grandes ciudades como Dios las ve, Debemos planificar colocar en esas ciudades hombres capaces, que puedan presentar el mensaje de los tres ángeles de manera tan poderosa que toque directo al corazón. No podemos reunir en un solo lugar a los hombres que hacen eso, un trabajo que otros deben hacer.
Su preocupación tenía que ver con la identidad de la Iglesia. ¿El adventismo debía ser un movimiento misionero o una gran institución? Ella claramente se puso de lado de la misión. Las instituciones eran buenas y ella defendió la apertura de muchas, pero nunca debían interferir en la habilidad de la Iglesia para hacer su obra principal: evangelizar.
Cuando una denominación se aleja de sus fundamentos de evangelismo, los científicos sociales sugieren que es casi imposible recuperar el ancla del evangelismo. Eso presentó una dificultad para los adventistas del siglo XX, incluso bajo la orientación profética de Elena de White. Sin embargo, estaba por tener lugar un gran avance y e l movimiento estaba cerca de ser reconfirmado como una agencia de evangelismo.

Fuente usada: Libro Proclamação da Esperança de Russell Burrill.

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