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La expansión de los medios sociales trajo consigo el aumento significativo de la cultura de la celebridad. Eso quiere decir que actualmente el valor de una persona ha sido evaluado, en gran medida, por la popularidad que conquistó. De ese modo, personalidades populares como artistas, comunicadores y líderes de diferentes segmentos, inclusive religiosos, pasaron a […]


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Imagen: Shutterstock

La expansión de los medios sociales trajo consigo el aumento significativo de la cultura de la celebridad. Eso quiere decir que actualmente el valor de una persona ha sido evaluado, en gran medida, por la popularidad que conquistó. De ese modo, personalidades populares como artistas, comunicadores y líderes de diferentes segmentos, inclusive religiosos, pasaron a verse como voces de autoridad en la sociedad. En ese contexto, contar con el apoyo o la presencia de alguna de ellas llegó a ser el blanco para muchas personas o instituciones, que ven en eso cierta valoración o legitimación de sus ideas o proyectos. Las actitudes lisonjeras y un trato diferenciado son parte del escenario y refuerzan el estatus de la fama.

Las Escrituras no apoyan ese tipo de comportamiento. El espíritu por detrás de la cultura de la celebridad es el orgullo y el egoísmo, raíces del pecado que provocó la caída de Lucifer y también de Adán y Eva (Isa. 14:12-15; Eze. 28:17, 18; Gén. 3:4, 5). Jesús advirtió acerca del peligro de la autoexaltación (Mat. 23:12) y resaltó la posición humilde que espera de sus seguidores (Mat. 5:5; 18:3, 4). Pablo presentó en las epístolas a Cristo como paradigma de humildad y servicio (Fil. 2:5-8) y exhortó a los cristianos a desarrollar ese comportamiento (Rom. 12:3, 16; Efe. 4:2). A su vez, Santiago criticó duramente cualquier tipo de distinción social o adulación en la comunidad cristiana (Sant. 2:1-13).

En vez de actuar como la sociedad actual, reforzando la cultura de la celebridad, la Iglesia está llamada a tratar con respecto a todas las personas que la buscan, no por ser famosas, sino por ser amadas por Dios. Ese parece haber sido el comportamiento de Eliseo con relación a Naamán (2 Rey. 5:1-19), Daniel en relación a Nabucodonosor y Darío (Dan. 1; 2; 4; 6), Jesús en relación al centurión (Luc. 7:1-10) y Pablo con relación al padre de Públio (Hech. 28:7-9). A medida que las llamadas celebridades se acercan a la Iglesia y manifiestan el deseo de conocer más el evangelio, se les debe enseñar sobre los principios de humildad, de servicio y de igualdad de todos delante del Señor.

 

Principios editoriales
  1. No incentivamos la cultura de la celebridad en nuestras comunicaciones. Por eso, no debemos utilizar la presencia o el nombre de alguna celebridad para promover o legitimar cualquier acción de la Iglesia.
  2. En el caso de que una celebridad quiera espontáneamente promover algún aspecto relacionado a la Iglesia, debemos ser cuidadosos con relación a la mención del nombre al compartir la publicación. Relacionar la imagen de la Iglesia a personas cuya profesión/actividad pueda generar debates públicos entre los miembros es un riesgo que necesita ser evaluado.
  3. La presencia voluntaria de alguna celebridad en programaciones de la Iglesia no debe recibir un destaque en nuestras comunicaciones. Debemos respetar la privacidad y el derecho que ella tiene de participar como invitada/asistente de la comunidad, a fin de desarrollar una relación personal con Dios.
  4. Antes de divulgar entrevistas o relatos sobre celebridades que se unen a la Iglesia, debemos tener cuidado de comprobar si la persona está realmente firme en la fe. O sea, es necesario tener cautela y evitar el deslumbramiento.
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