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Un valioso legado

La autoestima saludable, el amor y la seguridad son muy importantes pero, sin dudas, la fe es uno de los mayores legados que el cristiano puede transmitirle a sus hijos.


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De repente me di cuenta que soy papá. Bueno, no fue tan de repente, me tomó nueve meses acostumbrarme a la idea, pero creo que solo me di cuenta cuando la vi en los brazos del médico, en nuestro primer encuentro extrauterino. Ahora no puedo imaginar mi vida sin ese “pedacito de persona” que cumple un año este mes.

Es interesante cómo un hijo (en mi caso una hija) altera completamente nuestra percepción del mundo. Antes yo no me daba cuenta que existía la clase de Cuna en la iglesia, por ejemplo. Hoy la veo como uno de los departamentos más importantes. Antes, cuando escuchaba a un niño llorar durante el culto, me unía a las miradas indiscretas de quien dice: “Mamá, lleve a su hijo afuera”. Hoy, mi esposa y yo somos objeto de esas miradas, y pienso cuán bueno sería si todos entendieran que, a pesar de los llantos ocasionales, todo lo que más quiero es que mi hijita se acostumbre a los momentos de culto y los valore (claro que todo tiene límites y hay ocasiones en que una salida estratégica es recomendable).

Hay un texto bíblico que, de un momento a otro, pasó a ser objetivo de mis consideraciones: Proverbios 22:6 “Instruye al niño en su camino, y aun cuando fuere viejo no se apartará de él”. ¡Qué responsabilidad! Se me paran los pelos al pensar en el futuro de mi hija y la imagen que ella tendrá de Dios dependerá en gran medida de aquello que mi esposa y yo le transmitiremos por precepto y ejemplo.
Es curioso notar que nadie nace ateo. Los paradigmas que guiarán la vida de alguien son heredados, transmitidos o aprendidos, y eso hace la diferencia en la manera en cómo la persona ve las cosas e interpreta la realidad.

Un buen ejemplo es el que dio Thomas Kuhn en su libro A estrutura das revoluções científicas [La estructura de las revoluciones científicas]. En la página 76 pregunta: ¿Un átomo de helio es una molécula o no? Para el químico es una molécula porque se comporta como tal del punto de vista de la teoría cinética de los gases. Para el físico, el helio no es una molécula, porque no presenta espectro molecular. Por lo tanto, los paradigmas y la formación de las personas interfieren en sus juicios sobre la realidad. Y lo que ocurre en el campo científico también sucede en lo relacionado a la espiritualidad.

La autoestima saludable, el amor y la seguridad son muy importantes pero, sin dudas, la fe es uno de los mayores legados que el cristiano puede transmitirle a sus hijos. Al hacer eso, estamos plantando firmes fundamentos, sobre los cuales el niño construirá la “casa” de su carácter (Mat. 7:24-27). Y una vez que el fundamento esté establecido, pueden llegar tormentas de duda e inseguridades, pero la casa no se caerá. “Se está levantando una tormenta que sacudirá y probará el fundamento espiritual de cada uno hasta el máximo. Por lo tanto evitad las capas de arena. Cavad hasta la roca. Cavad profundamente; poned un fundamento seguro. Edificad, ¡oh, edificad para la eternidad! Edificad con lágrimas, con oraciones fervorosas” (Servicio cristiano, p. 108).

Cierta vez, los habitantes de una pequeña ciudad del país vieron un cartel en la vidriera de una joyería: “El día 8, a las 15 horas, se exhibirán en esta vidriera las joyas más preciosas del mundo”. La curiosidad comenzó a apoderarse de las personas, quienes se preguntaban cómo iba a hacer el señor Bastos para traer semejantes joyas a esa ciudad casi olvidada en el mapa. Era algo realmente increíble pero el señor Bastos era un hombre de palabra.

El tiempo pasó. El periódico local dio cuenta del evento y el día de la exposición llegó. Poco antes de las 15:00, ya había una multitud frente a la tienda. A la hora señalada, la cortina que cubría la vidriera se levantó lentamente. Allí sentados, uno al lado del otro, había dos lindos niños, una nena y un niño, de dos o tres años de edad, que sonreían con inocencia. Por un momento, la audiencia se quedó en silencio.

Después, se pudo escuchar murmuraciones de desilusión y quejas contra el joyero, hasta que los ojos de la gente de fijaron en dos carteles que había detrás de los niños. Uno decía: “De cierto os digo, que si no os volvéis y os hacéis como niños, no entraréis en el reino de los cielos” (Mat. 18:3); y el otro: “cualquiera que haga tropezar a alguno de estos pequeños […] mejor le fuera que se le colgase al cuello una piedra de molino de asno, y que se le hundiese en lo profundo del mar” (Mat. 18:6).
El pueblo aprendió la lección de un reavivamiento espiritual en aquella ciudad.

Sin dudas, los niños tienen mucho para enseñarnos, si estamos dispuestos a aprender.
La paternidad también me ayudó a vislumbrar una nueva dimensión del amor de Dios. Es prácticamente imposible describir cuánto amo a ese regalito de Dios (Giovanna, el nombre de mi hija, en italiano, significa exactamente eso: regalo de Dios). Y ya sé que Dios nos ama más infinitamente más de los que somos capaces de amar nosotros. Me siento animado por poder seguir adelante, hasta aquel gran día en el que veré a mi Padre celestial cara a cara. Y quiero que mi familia esté allí también.

Nuestro padre celestial nos concedió su mayor legado: Jesucristo. Y nosotros ¿qué herencia les dejaremos a nuestros hijos?
Michelson Borges. Fuente: Revista Adventista, 2003, Casa Publicadora Brasileña

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