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MÁS ALLÁ DEL AMOR LÍQUIDO

Pautas bíblicas para un matrimonio duradero En su análisis de la sociedad posmoderna, el sociólogo Zygmunt Bauman describe lo que ha dado en llamar el “amor líquido”. Lo retrata como el miedo a establecer relaciones duraderas, más allá de las meras conexiones. Sí, las relaciones modernas han llevado a una visión devaluada del amor, hasta […]


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Pautas bíblicas para un matrimonio duradero

En su análisis de la sociedad posmoderna, el sociólogo Zygmunt Bauman describe lo que ha dado en llamar el “amor líquido”. Lo retrata como el miedo a establecer relaciones duraderas, más allá de las meras conexiones. Sí, las relaciones modernas han llevado a una visión devaluada del amor, hasta el punto en que ese término se ha diluido tanto que raramente puede definirse con claridad. Cada vez más, relaciones tan efímeras como el contacto sexual de una noche son definidas como “hacer el amor”, como si amar fuera una cosa que se puede “hacer” de la noche a la mañana.
Lo más triste es que esta devaluación del amor ha impactado de lleno en las familias de aquellos creyentes que dicen fundar su matrimonio en la Biblia y en su relación personal con Dios. Hace poco, estuve fuera de mi país durante dos años por motivos de estudio. Una de las sorpresas que tuve al regresar fue la cantidad de matrimonios adventistas que se habían separado; la mayoría, por “incompatibilidad de caracteres”. Lo peor es que la mayoría de estas parejas eran jóvenes, con pocos años de casados o con niños pequeños. Sí, el amor líquido –aquel que se escapa de las manos de las parejas sin que puedan evitarlo– también afecta nuestras filas.
¿Cómo hacer para que nuestro matrimonio vaya más allá de las peleas, el estrés y las presiones de la vida moderna? ¿Qué hacer para mantener encendida la llama del amor? A continuación se presentan algunas ideas que pueden ayudarnos en la tarea de reafirmar nuestro matrimonio.

El ideal de Dios
El matrimonio es una institución divina establecida por Dios incluso antes de la caída del hombre, cuando todas las cosas, entre ellas el matrimonio, eran buenas “en gran manera” (Gén. 1:31). “Por tanto, dejará el hombre a su padre y a su madre, y se unirá a su mujer, y serán una sola carne” (Gén. 2:24). La intención de Dios era que el matrimonio de Adán y Eva fuera el modelo para todos los matrimonios futuros, y Cristo sancionó este concepto original cuando dijo: “¿No habéis leído que el que los hizo al principio, varón y mujer los hizo? y dijo: Por tanto, el hombre dejará padre y madre, y se unirá a su mujer, y serán dos en una carne. Así que, no son ya más dos, sino una carne. Por tanto, lo que Dios juntó, no lo aparte el hombre” (Mat. 19:6, JBS).
En este sentido, ante una crisis matrimonial o la pérdida de amor romántico entre los cónyuges, es interesante recordar estos cuatro aspectos:
1. El ideal di¬vi¬no es res¬tau¬ra¬do en Cris¬to. Al redimir al mundo del pecado y de sus consecuencias, Dios se propuso también restaurar el matrimonio a su ideal original. Eso es lo que se espera que ocurra en las vidas de los que nacieron de nuevo en el reino de Cristo, aquellos cuyos corazones están siendo santificados por el Espíritu Santo y tienen como principal propósito en la vida la exaltación del Señor Jesucristo (ver también 1 Ped. 3:7; El dis¬cur¬so maes¬tro de Je¬su¬cris¬to, pp. 57, 58).
2. La uni¬ci¬dad y la igual¬dad son res¬tau¬ra¬das en Cris¬to. El evangelio enfatiza el amor, y la sumisión mutua del esposo y la esposa (1 Cor. 7:3, 4; Efe. 5:21). El modelo para el liderazgo del esposo es el amor abnegado y el servicio que Cristo da a la iglesia (Efe. 5:24, 25). Tanto Pedro como Pablo hablan acerca de la necesidad de respeto dentro de la relación matrimonial (1 Ped. 3:7; Efe. 5:22, 23).
3. La gra¬cia es¬tá a dis¬po¬si¬ción de to¬dos. Dios desea restaurar a su integridad y reconciliar con él a todos los que han fallado en alcanzar la norma divina (2 Cor. 5:19). Esto incluye a quienes sufrieron la ruptura de las relaciones matrimoniales.
4. El pa¬pel de la igle¬sia. Tanto Moisés en el Antiguo Testamento como Pablo en el Nuevo Testamento se ocupan de los problemas causados por la ruptura matrimonial (Deut. 24:1-5; 1 Cor. 7:11). Aunque ambos sostuvieron y afirmaron el ideal, trabajaron de una manera constructiva y redentora con los que no estaban a la altura de la norma divina. De la misma manera, la iglesia de hoy ha sido llamada a sostener y afirmar el ideal de Dios para el matrimonio, y al mismo tiempo ser una comunidad que reconcilia, perdona y sana, mostrando comprensión y simpatía cuando se deshace el matrimonio.

Decisión y libertad
Ante la fragilidad de los vínculos matrimoniales, la pérdida de compromiso y las relaciones “desechables” que impone la sociedad actual, es bueno recordar el origen y la definición de amor.
Tal como lo afirmamos en el apartado anterior, fuimos diseñados por Dios para amar. Está en nuestro ADN. La mayor definición de Dios es, sencillamente, “amor” (1 Juan 4:8). No hay una palabra que lo describa mejor. Y, dado que fuimos creados a su imagen y semejanza, también fuimos diseñados no solo con la capacidad sino también con la necesidad de amar y ser amados. Además, Dios creó el matrimonio y la familia como el ecosistema ideal para que el amor se reproduzca. Es en la intimidad del matrimonio y la familia donde nos sentimos seguros para dar y recibir amor.
En este contexto, debemos recordar que también recibimos, a imagen y semejanza de Dios, la capacidad de decidir: el libre albedrío. De hecho, la libertad es una de las condiciones indispensables para el amor. El amor se da libremente; no se impone. Cuando existe obligación, imposición, exigencia, el amor se apaga. Decidimos libremente amar.
Y, puesto que la libertad se relaciona con nuestra decisión, el amor es, primeramente, una elección que hacemos. Decidimos amar. El amor no es pasión ciega que se guía por sentimientos ingobernables. Esto quiere decir que nuestra relación matrimonial no se basa en nuestro desinterés momentáneo ni en nuestros caprichos pasajeros.
Siempre, ante toda crisis matrimonial, podemos decidir seguir amando, seguir intentándolo, seguir brindando amor aunque parezca que ya se ha extinguido. El compromiso con el diseño original de Dios para nuestro matrimonio, junto con la idea de que el amor se basa en una decisión consciente de brindarse al otro, debería llevarnos a seguir luchando por salvar nuestra familia, aun cuando la práctica habitual es “desechar” al otro para seguir buscando mi propia felicidad.
En este sentido, también es necesario recordar que el amor es una decisión diaria que tomamos, y que el vínculo de amor que antes nos unió puede también debilitarse si no lo fortalecemos. Debemos hacer, entonces, todos los esfuerzos para que nuestro cónyuge escoja amarnos diariamente. No debemos ahorrar en expresiones de cariño, palabras atentas ni detalles pequeños que le recuerden a nuestra pareja que, en cada una de esas expresiones, estamos escogiéndola como el único objeto de nuestro amor, incluso anteponiendo sus intereses a los nuestros.
Dios puede ayudarnos a fortalecer el amor en nuestro matrimonio. También puede hacerlo renacer, cuando quizá ya hemos perdido las esperanzas. Si decidimos hoy amar, y seguimos los consejos divinos expresados en la Palabra de Dios, estaremos más cerca de ese ideal que Dios soñó para nuestras vidas y nuestra familia.
Marcos Blanco es teólogo, comunicador y jefe de redacción de la Asociación Casa Editora Sudamericana (ACES)

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