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El poder de los hábitos

Existe una relación estrecha entre el carácter y los hábitos. “Una vez que se ha formado un hábito, se impresiona más y más firmemente en el carácter” (Conducción del niño, p. 185).


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EL PODER DE LOS HÁBITOS EN LA FORMACIÓN DEL CARÁCTER

La tarea más importante que los padres deben desarrollar en relación a sus hijos es, sin dudas, la formación de un carácter recto. “Un buen carácter es la más preciosa de todas las posesiones mundanales, y la obra de formarlo es la más noble a la que pueda dedicarse el hombre” (Mente, carácter y personalidad, t. 2, p. 561).

“Una comisión divina dada a los padres—Dios ha señalado a los padres su obra, la cual consiste en formar los caracteres de sus hijos según el Modelo divino. Por su gracia pueden realizar esta tarea; pero requerirá un esfuerzo paciente y cuidadoso, y además firmeza y decisión, para guiar la voluntad y refrenar las pasiones” (Conducción del niño, p. 155).

“La vida de Daniel es una ilustración inspirada de lo que constituye la formación de un carácter santificado: “Los padres de Daniel le habían enseñado en su niñez hábitos de estricta temperancia. Le enseñaron que debía ajustarse a las leyes de la naturaleza en todos sus hábitos; que su comida y bebida tenían una influencia directa sobre su naturaleza física, mental y moral, y que era responsable ante Dios por sus aptitudes” (La temperancia, pp. 190, 191).

Existe una relación estrecha entre el carácter y los hábitos. “Una vez que se ha formado un hábito, se impresiona más y más firmemente en el carácter” (Conducción del niño, p. 185).

La formación del carácter es como la construcción de una casa, donde cada ladrillo se pone cuidadosamente y representa un hábito. Pueden ser hábitos buenos o malos y muchas veces se observan fisuras. Es evidencia de que los ladrillos son de mala calidad o fueron mal puestos. Esos malos hábitos deben ser corregidos, si no, la casa caerá cuando la tempestad de la prueba azote.

¿Cómo se forman los malos hábitos?

“Por la repetición de los actos se establecen los hábitos y se confirma el carácter” (Conducción del niño, p. 184).
“Lo que nos atrevimos a hacer una vez, estamos más inclinados a hacer otra vez” (Conducción del niño, p. 185).
Algunas actitudes equivocadas de nuestros hijos pueden parecer inocentes e incluso, divertidas, cuando son pequeños, pero en realidad estamos dejando que formen hábitos que los destruirán. Debemos frenar, lo antes posible, cualquier acto que muestre orgullo, gasto superfluo, ostentación y egoísmo.

“Lo que el niño ve y oye está trazando profundas líneas en la tierna mente, que ninguna circunstancia posterior de la vida podrá borrar del todo. Entonces el intelecto está tomando forma y los afectos están recibiendo dirección y fortaleza. Los actos repetidos en cierto sentido se convierten en hábitos. Estos se pueden modificar mediante una severa educación, en la vida posterior, pero rara vez se cambian” (Conducción del niño, p. 184).

El tiempo para establecer hábitos

“En gran medida, el carácter se forma en los primeros años de la vida” (Conducción del niño, p. 184).
Los hijos que en tierna edad recibieron una influencia equivocada del hogar, llevarán consigo hábitos equivocados por todo el resto de su vida.
El rey Saúl representa un triste ejemplo del poder de los malos hábitos adquiridos durante la primera parte de su vida, no había aprendido a someterse a Dios, y cuando ocupó la posición de rey, no tenía las facultades frescas y libres para seguir un camino recto. Por otro lado, “Puede ser que un niño reciba una instrucción religiosa sana; pero si padres, maestros o guardianes permiten que su carácter se tuerza por un mal hábito, dicho hábito, si no es vencido, se convierte en una fuerza predominante, y el niño se pierde” (Testimonios para la iglesia, t. 5, p. 50).

Algunos padres se equivocan al pensar que sus hijos son muy pequeños para corregirlos y definir hábitos rectos, pero, cuanto antes, mejor. Este fue el error de Elí: no administrar su casa desde temprano. Fue indulgente con sus hijos y con frecuencia pasó por alto las faltas y pecados en su infancia, pensando que al crecer mejorarían su comportamiento, pero se equivocó. Sus tendencias malignas fueron fortalecidas y después ya era muy tarde. Una declaración impresionante de esta situación está en el libro Patriarcas y profetas, en la página 625: “‘Son demasiado jóvenes para ser castigados. Esperemos que sean mayores, y se pueda razonar con ellos’. En esta forma se permite que los malos hábitos se fortalezcan hasta convertirse en una segunda naturaleza. Los niños crecen sin freno, con rasgos de carácter que serán una maldición para ellos durante toda su vida, y que propenderán a reproducirse en otros”.

Los malos hábitos se forman más fácilmente que los buenos

El ser humano nace defectuoso, con tendencias naturales a hacer el mal. Para una niño es más fácil aprender cosas malas que buenas. “Los malos hábitos se forman más fácilmente en el corazón, y las cosas que ven y escuchan en la infancia se imprimen profundamente en la mente” (Pacific Health Journal, septiembre 1897). Por ejemplo, los primeros hábitos que deben formarse en la primera infancia están relacionados con los temas espirituales, higiénicos, culturales y alimentares. Y, generalmente, es en esa etapa que más fácilmente se aprenden a comer cosas que no son nutritivas como helados, papas fritas, gaseosas, etc., antes que comidas saludables. Por eso la importancia de impresionar sus mentes educándolos exactamente en contra del mal. Esto no ocurre por casualidad. Requiere esfuerzo, perseverancia y paciencia.

“En la niñez y la juventud es cuando el carácter es más impresionable. Entonces es cuando debe adquirirse la facultad del dominio propio. En el hogar y la familia, se ejercen influencias cuyos resultados son tan duraderos como la eternidad. Más que cualquier dote natural, los hábitos formados en los primeros años deciden si un hombre vencerá o será vencido en la batalla de la vida” (El Deseado de todas las gentes, p. 75).

Padres al control

“Los hábitos de sobriedad, dominio propio, economía, celosa aplicación, de conversaciones sanas y sensatas, de paciencia y verdadera cortesía; no se ganan sin una diligente y celosa vigilancia del yo” (Conducción del niño, p. 185).

Edison Choque Fernández

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