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LOS DOS PACTOS | Lección 10: Para el 2 de septiembre de 2017

LEE PARA EL ESTUDIO DE ESTA SEMANA: Gálatas 4:21–31; Génesis 1:28; 2:2, 3; 3:15; 15:1–6; Éxodo 6:2–8; 19:3–6. PARA MEMORIZAR: “Mas la Jerusalén de arriba, la cual es madre de todos nosotros, es libre” (Gál. 4:26). Los cristianos que rechazan la autoridad del Antiguo Testamento a menudo consideran que la entrega de la Ley en el Sinaí [...]


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LEE PARA EL ESTUDIO DE ESTA SEMANA: Gálatas 4:21–31; Génesis 1:28; 2:2, 3; 3:15; 15:1–6; Éxodo 6:2–8; 19:3–6.

PARA MEMORIZAR: “Mas la Jerusalén de arriba, la cual es madre de todos nosotros, es libre” (Gál. 4:26).

Los cristianos que rechazan la autoridad del Antiguo Testamento a menudo consideran que la entrega de la Ley en el Sinaí es inconsistente con el evangelio. Concluyen que el pacto dado en el Sinaí representa una era, una dispensación, de la historia de la humanidad en la que la salvación se basaba en la obediencia a la ley. Pero debido a que el pueblo fracasó en vivir según las demandas de la ley, Dios (dicen ellos) puso en rigor un nuevo pacto, un pacto de gracia por medio de los méritos de Jesucristo. Esta, entonces, es su comprensión de los dos pactos: el antiguo basado en la ley, y el nuevo basado en la gracia.

Por más que esta visión sea común, está equivocada. La salvación nunca fue por la obediencia a la ley; el judaísmo bíblico, desde sus inicios, siempre fue una religión de la gracia. El legalismo que Pablo estaba confrontando en Galacia era una perversión, no solamente del cristianismo sino también del Antiguo Testamento mismo. Los dos pactos no son una cuestión de tiempo; sino que reflejan las actitudes humanas. Representan dos diferentes formas de intentar relacionarse con Dios, que se remontan a Caín y Abel. El antiguo pacto representa a aquellos que, como Caín, erróneamente dependen de su propia obediencia como medio de agradar a Dios; en contraste, el nuevo pacto representa la experiencia de aquellos que, como Abel, dependen completamente de la gracia de Dios para hacer todo lo que él ha prometido.

LOS FUNDAMENTOS DEL PACTO

 

Muchos consideran que la interpretación que Pablo hace de la historia de Israel en Gálatas 4:21 al 31 es el pasaje más difícil de su epístola. Eso se debe a que es un argumento sumamente complejo que requiere un conocimiento amplio de las personas y acontecimientos del Antiguo Testamento. El primer paso para entender este pasaje es tener una comprensión básica de un concepto del Antiguo Testamento que es crucial en el argumento de Pablo: el pacto.

La palabra hebrea traducida como “pacto” es berit. Aparece casi novecientas veces en el Antiguo Testamento y se refiere a un contrato vinculante, un acuerdo o tratado. Durante miles de años, los pactos han jugado un papel integral en la definición de las relaciones entre personas y naciones en todo el Cercano Oriente. Los pactos a menudo involucraban el sacrificio de animales como parte del proceso de hacer (literalmente “cortar”) un pacto. Degollar animales simbolizaba lo que ocurriría con la parte que fallara en guardar las promesas y obligaciones pactadas.

“Desde Adán hasta Jesús, Dios se relacionó con la humanidad por medio de una serie de promesas de pacto que se centraban en un Redentor venidero y que culminaban en el pacto davídico (Gén. 12:2, 3; 2 Sam. 7:12-17; Isa. 11). Dios le prometió a Israel, cuando estaba en el cautiverio babilónico, un ‘nuevo pacto’ más efectivo (Jer. 31:31-34) en conexión con la venida del Mesías davídico (Eze. 36:26-28; 37:22-28)”.—Hans K. LaRondelle, Our Creator Redeemer, p. 4.

 

¿Cuál era la base del pacto original de Dios con Adán en el Jardín del Edén antes del pecado? Génesis 1:28; 2:2, 3 y 15 al 17.

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Aunque el matrimonio, el trabajo físico y el sábado eran parte de las cláusulas generales del pacto de la creación, el punto central era el mandato de Dios de no comer del fruto prohibido. La naturaleza básica del pacto era: “¡Obedece y vivirás!” Con una naturaleza creada en armonía con Dios, el Señor no requería lo imposible. La obediencia era la inclinación natural de la humanidad; sin embargo, Adán y Eva escogieron hacer lo que no era natural y, con ese acto, no solamente quebrantaron el pacto de la creación, sino que también hicieron que sus cláusulas fuesen imposibles para los seres humanos ahora corrompidos por el pecado. Dios mismo restauraría la relación que Adán y Eva habían perdido. Hizo esto al establecer un pacto de gracia, basado en la promesa eterna de un Salvador (Gén. 3:15).

 

Lee Génesis 3:15, la primera promesa del evangelio en la Biblia. ¿En qué parte de ese versículo ves una vislumbre de la esperanza que tenemos en Cristo? 

EL PACTO CON ABRAHAM

 

¿Qué promesas de pacto le hizo Dios a Abram en Génesis 12:1 al 5? ¿Cuál fue la respuesta de Abram?

 

Las promesas iniciales de Dios a Abram conforman uno de los pasajes más poderosos del Antiguo Testamento. Estos versículos están llenos de la gracia de Dios. Es Dios, no Abram, el que hace las promesas. Abram no había hecho nada para ganarse o merecer el favor de Dios, ni tampoco hay ninguna indicación que sugiera que Dios y Abram de alguna manera hayan obrado juntos para crear este pacto. Dios hace todas las promesas. En contraste, Abram es llamado a tener fe en la certeza de la promesa de Dios, no una “fe” endeble, sino una fe que se manifiesta cuando él deja a su familia extendida (¡a los 75 años!) y se marcha a la tierra que Dios le prometió.

“Con la ‘bendición’ pronunciada sobre Abraham, y por medio de él a todos los seres humanos, el Creador renovó su propósito redentor. Había ‘bendecido’ a Adán y a Eva en el paraíso (Gén. 1:28; 5:2) y luego ‘bendijo Dios a Noé y a sus hijos’ después del diluvio (9:1). De este modo, Dios clarificó su promesa anterior de un Redentor que redimiría a toda la humanidad, destruiría el mal, y restauraría el paraíso (Gén. 3:15). Dios confirmó su promesa de bendecir a ‘todas las familias de la tierra’ en su alcance universal”. —Hans K. LaRondelle, Our Creator Redeemer, pp. 22, 23.

 

Después de diez años de esperar que naciera el hijo prometido, ¿qué preguntas tenía Abram sobre la promesa de Dios? Génesis 15:1 al 6.

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A menudo es fácil glorificar a Abram como el hombre de fe que nunca tuvo preguntas ni dudas. Sin embargo, la Escritura señala un cuadro diferente. Abram creyó, pero también tuvo preguntas en el camino. Su fe era una fe en crecimiento. Como el padre en Marcos 9:24, Abram básicamente le dijo a Dios, en Génesis 15:8: “Creo, ayuda mi incredulidad”. En respuesta, Dios, en su gracia, le aseguró a Abram la certeza de su promesa al hacer un pacto formal con él (Gén. 15:7-18). Lo que hace que este pacto sea tan sorprendente no es el hecho de que Dios haga un pacto con Abraham sino el grado al que estuvo dispuesto Dios a condescender con él para hacerlo. A diferencia de otros gobernantes del antiguo Cercano Oriente, que se mostraban reticentes a la idea de hacer promesas vinculantes con sus súbditos, Dios no solamente le dio su palabra a Abraham, sino que, al pasar simbólicamente entre las partes de los animales degollados, puso su propia vida como garantía. Por supuesto, en última instancia, Jesús dio su vida en el Calvario para hacer realidad su promesa.

 

               ¿Cuáles son algunas áreas en las que ahora debes avanzar por fe y creer en lo que parece imposible? ¿Cómo puedes aprender a seguir aferrándote a las promesas de Dios, pase lo que pase? 

ABRAHAM, SARA Y AGAR

 

¿Por qué Pablo tiene una visión tan desdeñosa del incidente con Agar? Gálatas 4:21 al 31; Génesis 16. ¿Qué punto crucial de la salvación está enfatizando Pablo al utilizar esta historia del Antiguo Testamento?

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El lugar de Agar en la historia del Génesis está directamente relacionado con el fracaso de Abram en creer en la promesa de Dios. Como esclava egipcia en el hogar de Abram, Agar probablemente llegó a ser posesión de Abram como uno de los muchos regalos que Faraón le dio a cambio de Sara, un acontecimiento asociado con el primer acto de incredulidad de Abram en la promesa de Dios (Gén. 12:11-16).

Después de esperar durante diez años a que naciera el hijo prometido, Abram y Saraí seguían sin hijos. Saraí llegó a la conclusión de que Dios necesitaba su ayuda y le dio a Agar a Abram como concubina. Aunque resulte extraño para nosotros hoy, el plan de Saraí era bastante ingenioso. Según las costumbres antiguas, una esclava podía servir legalmente como madre de alquiler para su ama estéril. Así, Saraí podía considerar como propio a cualquier hijo que naciera de la unión entre su esposo y Agar. Aunque el plan surtió efecto, no era el hijo prometido por Dios.

En esta historia, tenemos un poderoso ejemplo de cómo, al enfrentar circunstancias desalentadoras, aun un gran hombre de Dios tuvo un desliz en su fe. En Génesis 17:18 y 19, Abraham le suplicó a Dios que aceptara a Ismael como su heredero; el Señor, por supuesto, rechazó esa oferta. ¡El único elemento “milagroso” en el nacimiento de Ismael fue que Sara estuviera dispuesta a compartir a su esposo con otra mujer! No hubo nada fuera de lo común en el nacimiento del hijo de esta mujer, un hijo nacido “según la carne”. Si Abraham hubiera confiado en lo que Dios le había prometido, en vez de permitir que las circunstancias vencieran esa confianza, nada de esto habría sucedido, y se habría evitado mucho dolor.

 

En contraste con el nacimiento de Ismael, mira las circunstancias que rodearon el nacimiento de Isaac. Génesis 17:15 al 19; 18:10 al 13; Hebreos 11:11 y 12. ¿Por qué estas circunstancias requirieron tanta fe por parte de Abraham y Sara?

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¿En qué sentido tu falta de fe en las promesas de Dios te ha causado dolor? ¿Cómo puedes aprender de estos errores para confiar en Dios, más allá de las circunstancias? ¿Qué decisiones puedes tomar que puedan ayudarte a fortalecer tu capacidad de confiar plenamente en las promesas de Dios? 

AGAR EN EL MONTE SINAÍ

 

¿Qué tipo de relación de pacto deseaba establecer Dios con su pueblo en el Sinaí? ¿Qué similitudes comparte con la promesa de Dios a Abraham? Éxodo 6:2 al 8; 19:3 al 6; Deuteronomio 32:10 al 12.

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Dios deseaba compartir la misma relación de pacto con el pueblo de Israel en el Sinaí que compartió con Abraham. De hecho, existen similitudes entre las palabras de Dios a Abraham en Génesis 12:1 al 3 y sus palabras a Moisés en Éxodo 19. En ambos casos, Dios enfatiza lo que hará por su pueblo. No les pide a los israelitas que prometan hacer algo para obtener sus bendiciones; más bien, deben obedecer como respuesta a esas bendiciones. En Éxodo 19:5 Dios dice: “Si diereis oído a mi voz”. Las palabras de Dios no implican justificación por obras. Al contrario, él deseaba que Israel tuviera la misma fe que caracterizó la respuesta de Abraham a sus promesas (¡por lo menos la mayor parte del tiempo!).

 

Si la relación de pacto que Dios le ofreció a Israel en el Sinaí es similar a la que le dio a Abraham, ¿por qué Pablo identifica el Monte Sinaí con la experiencia negativa de Agar? Éxodo 19:7 al 25; Hebreos 8:6 y 7.

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El pacto del Sinaí tenía la intención de señalar la pecaminosidad de la humanidad y el remedio de la abundante gracia de Dios, que fue tipificada en los servicios del santuario. El problema con el pacto del Sinaí no fue de parte de Dios sino que fueron las promesas fallidas del pueblo (Heb. 8:6). En vez de responder a las promesas de Dios con humildad y fe, los israelitas respondieron con confianza propia. “Todo lo que Jehová ha dicho, haremos” (Éxo. 19:8). Después de vivir como esclavos en Egipto durante más de cuatrocientos años, no tenían un concepto verdadero de la majestad de Dios ni de la magnitud de su propia pecaminosidad. De la misma manera en que Abraham y Sara intentaron ayudar a Dios a cumplir sus promesas, los israelitas buscaron transformar el pacto de gracia de Dios en un pacto de obras. Agar simboliza el Sinaí en que ambos revelan intentos humanos de obtener la salvación por obras.

Pablo no está afirmando que la ley dada en Sinaí era mala o que fue abolida. Está preocupado por la comprensión legalista errada de la ley por parte de los gálatas. “En vez de servir para convencerlos de la absoluta imposibilidad de complacer a Dios por medio de la obediencia a la ley, la ley fomentó en ellos una determinación profundamente arraigada de depender de recursos personales para complacer a Dios. Así, la ley no sirvió a los propósitos de la gracia de llevar a los judaizantes a Cristo. Más bien, les cerró el paso a Cristo”.—O. Palmer Robertson, The Christ of the Covenants, p. 181.

ISMAEL E ISAAC HOY

 

El breve esbozo que hace Pablo de la historia de Israel tenía la intención de contrarrestar los argumentos de sus oponentes, que afirmaban que eran los verdaderos descendientes de Abraham y que Jerusalén (el centro del cristianismo judío y de la ley) era su madre. Los gentiles, afirmaban ellos, eran ilegítimos; si deseaban llegar a ser verdaderos seguidores de Cristo, primero debían convertirse en hijos de Abraham, sometiéndose a la ley de la circuncisión.

La verdad, dice Pablo, es justamente lo contrario. Estos legalistas no son hijos verdaderos de Abraham sino hijos ilegítimos, como Ismael. Al colocar su confianza en la circuncisión, estaban dependiendo de “la carne”, como hizo Sara con Agar y como hicieron los israelitas con la ley de Dios en el Sinaí. No obstante, los creyentes gentiles eran hijos de Abraham, no por ascendencia natural, sino de manera sobrenatural, como Isaac. “Como Isaac, eran un cumplimiento de la promesa hecha a Abraham […]; como Isaac, su nacimiento a la libertad fue producto de la gracia divina; como Isaac, pertenecen al linaje del pacto de la promesa”.—James D. G. Dunn, The Epistle to the Galatians, p. 256.

 

¿Qué enfrentarán los verdaderos descendientes de Abraham en este mundo? Gálatas 4:28 al 31; Génesis 21:8 al 12.

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Ser el hijo de la promesa le trajo a Isaac no solamente bendiciones sino también oposición y persecución. Al referirse a la persecución, Pablo tiene en mente la ceremonia de Génesis 21:8 al 10, donde Isaac es honrado e Ismael aparece burlándose de él. La palabra hebrea en Génesis 21:9 literalmente significa “reírse”, pero la reacción de Sara sugiere que Ismael se estaba burlando y ridiculizando a Isaac. Mientras que el comportamiento de Ismael podría no parecer muy grave para nosotros hoy, revelaba la hostilidad más profunda involucrada en una situación en la que el derecho de primogenitura estaba en juego. Muchos gobernantes de la antigüedad intentaban asegurar su posición eliminando a potenciales rivales, incluyendo a hermanos (Jue. 9:1-6). Aunque Isaac enfrentaba oposición, también disfrutaba de todos los privilegios de amor, protección y favor que recibía por ser el heredero de su padre.

Como descendientes espirituales de Isaac, no deberíamos sorprendernos cuando sufrimos dificultades y oposición, incluso desde la familia misma de la iglesia.

 

¿En qué sentido has sufrido persecución, especialmente de parte de quienes están más cerca de ti, por causa de tu fe? O hazte esta pregunta difícil: ¿podrías ser tú culpable de perseguir a otros por la fe de ellos? Piensa en eso. 

PARA ESTUDIAR Y MEDITAR: Lee Elena de White, Patriarcas y profetas, “La ley y los dos pactos”, pp. 333-343.

“Pero si el pacto confirmado a Abraham contenía la promesa de la redención, ¿por qué se hizo otro pacto en el Sinaí? Durante su esclavitud, el pueblo había perdido en alto grado el conocimiento de Dios y de los principios del pacto de Abraham […].

“Dios los llevó al Sinaí; manifestó allí su gloria; les dio la ley, con la promesa de grandes bendiciones siempre que obedecieran: ‘Ahora pues, si dais oído a mi voz, y guardáis mi pacto, […] vosotros me seréis un reino de sacerdotes, y gente santa’ (Éxo. 19:5, 6). Los israelitas no percibían la pecaminosidad de su propio corazón, y no comprendían que sin Cristo les era imposible guardar la ley de Dios; y con excesiva premura concertaron su pacto con Dios […]. Sin embargo, apenas unas pocas semanas después, quebrantaron su pacto con Dios al postrarse a adorar una imagen fundida. No podían esperar el favor de Dios por medio de un pacto que ya habían roto; y entonces viendo su pecaminosidad y su necesidad de perdón, llegaron a sentir la necesidad del Salvador revelado en el pacto de Abraham y simbolizado en los sacrificios. De manera que mediante la fe y el amor se vincularon con Dios como su libertador de la esclavitud del pecado. Ya estaban capacitados para apreciar las bendiciones del nuevo pacto” (PP 341, 342).

 

PREGUNTAS PARA DIALOGAR:

Tu caminar con el Señor, ¿se parece más al estilo del “antiguo pacto” o al del “nuevo pacto”? ¿Cómo puedes notar la diferencia?

¿Cuáles son algunos problemas de tu iglesia local que están causando tensión en el cuerpo de Cristo? ¿De qué manera se están resolviendo? Aunque puede ser que seas víctima de “persecución”, ¿de qué manera puedes asegurarte, también, de no ser tú el que persigue? ¿Dónde está la delgada línea divisoria en esto? (Ver también Mat. 18:15-17.)

¿Cuántas veces le has hecho promesas al Señor de que no harías esto o aquello, solo para terminar haciéndolo? ¿De qué manera esta triste realidad te ayuda a entender el significado de la gracia?

Resumen: Las historias de Agar, Ismael y los hijos de Israel en el Sinaí ilustran la necedad de intentar depender de nuestros propios esfuerzos para lograr lo que Dios ha prometido. Este método de justificación propia se conoce como el antiguo pacto. El nuevo pacto es el pecto eterno de gracia, que fue establecido primeramente con Adán y Eva después del pecado y renovado con Abraham, y que halla su cumplimiento final en Cristo.

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