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Lección 4 - La salvación

Domingo | Lunes | Martes | Miércoles | Jueves | Viernes Para memorizar “Porque de tal manera amó Dios al mundo, que ha dado a su Hijo unigénito, para que todo aquel que en él cree, no se pierda, mas tenga vida eterna” (Juan 3:16). LEE PARA EL ESTUDIO DE ESTA SEMANA:Lucas 18:9-14; Juan 6:44; […]


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Domingo | Lunes | Martes | Miércoles | Jueves | Viernes

Para memorizar

“Porque de tal manera amó Dios al mundo, que ha dado a su Hijo unigénito, para que todo aquel que en él cree, no se pierda, mas tenga vida eterna” (Juan 3:16).

LEE PARA EL ESTUDIO DE ESTA SEMANA:Lucas 18:9-14; Juan 6:44; Lucas 15:3-10; Mateo 20:28; Juan 8:34-36; 6:35, 47-51.

“La muerte es parte de la vida”, solemos decir. Pero no; la muerte es la negación de la vida, no parte de ella. Sin embargo, estamos tan acostumbrados a la muerte que la llamamos lo opuesto de lo que realmente es. No importa cómo la entendamos, algo es seguro: sin la ayuda divina, la muerte eterna sería el destino de todos nosotros.

Afortunadamente, esa ayuda ha venido. Dios, en su infinito amor, nos ofrece la salvación mediante Cristo. Cuando el ángel anunció el nacimiento del Mesías, lo llamó “Jesús” (de la palabra hebrea que significa salvación), “porque él salvará a su pueblo de sus pecados” (Mat. 1:21).

Esta semana consideraremos la obra salvadora de Jesús. Primero, nuestra atención se concentrará en la base de nuestra salvación, y luego en sus resultados.

La Biblia es clara. Tenemos solo dos opciones respecto de nuestros pecados: o pagamos por ellos en el lago de fuego, o aceptamos que Cristo haya pagado por ellos en la cruz. Al repasar el generoso don de la gracia divina mediante Cristo, humildemente renovemos una vez más nuestra fe en Jesús como nuestro Salvador personal.

Domingo - La salvación es un don de Dios

En Juan 3:16 se usan dos verbos para describir lo que Dios hizo por nuestra salvación. ¿De qué modo se relacionan esos verbos entre sí? ¿Qué revelan respecto del origen de nuestra salvación?

El verbo castellano amar, especialmente en la forma en que se usa en la actualidad, es totalmente inadecuado para expresar la profundidad del interés intenso y abnegado expresado por el verbo griego agapaō, “amar”. En el Nuevo Testamento, este término y el sustantivo relacionado, agapē (“amor”), revelan el constante y profundo amor de Dios hacia sus criaturas, que son totalmente indignas de ese amor. El amor es el atributo por excelencia del carácter de Dios. Él no solo nos ama, sino también él es amor (1 Juan 4:8).

El amor de Dios no es un impulso basado en sus sentimientos o preferencias. Su amor no es selectivo ni depende de lo que hacemos. Dios ama al mundo, es decir, a todos los seres humanos, incluyendo aquellos que no lo aman a él.

El verdadero amor se conoce por las acciones que genera. A veces, como seres humanos, podemos decir que amamos a alguien mientras que nuestras acciones demuestran lo contrario (1 Juan 3:18). No ocurre así con Dios. Su amor se refleja en sus acciones. Por amor, dio a su único Hijo para nuestra salvación. Y al hacerlo, nos dio todo lo que tenía.

Lee Lucas 18:9 al 14. ¿Qué nos enseña esta historia acerca de cuál debería ser nuestra actitud respecto de Dios y su gracia?

Posiblemente, hemos leído tantas veces esta parábola que no nos sorprende el veredicto de Jesús: “Os digo que éste [el publicano] descendió a su casa justificado antes que el otro” (Luc. 18:14). Sin embargo, los que oyeron a Jesús cuando pronunció estas palabras deben de haber quedado asombrados. ¿No era ese un final injusto?

Sí, era completamente inmerecido. Así es la salvación. Es un regalo de Dios. Los regalos no se ganan, simplemente se aceptan. No podemos comprar la salvación, solo recibirla. Aunque Jesús usó muy poco el término gracia, claramente enseñó que la salvación es por gracia; y gracia es recibir lo que no merecemos.

Si Dios te diera lo que mereces, ¿qué sería, y por qué?

Lunes - La iniciativa de Dios en la salvación

Una simple lectura de los evangelios muestra que debemos nuestra salvación totalmente a Dios. Jesús no vino a este mundo porque lo invitamos, sino porque el Padre, por amor a nosotros, lo envió. La iniciativa del Padre está confirmada por el uso frecuente que hizo Cristo de la frase “el que me envió” o “el Padre que me envió” (Juan 7:29; 8:29; 12:49).

¿Qué más hace el Padre por nuestra salvación, según Juan 6:44?

A pesar de que somos pecadores y no amamos a Dios, él nos amó y proveyó los medios para que nuestros pecados fueran perdonados mediante su Hijo (1 Juan 4:10). Este amor maravilloso nos atrae a él.

Además del Padre, el Hijo también tiene un rol fundamental en nuestra salvación. Vino con una misión definida: “el Hijo del Hombre vino a buscar y a salvar lo que se había perdido” (Luc. 19:10). Cada vez que lo contemplamos clavado en la cruz, nos atrae a sí mismo (Juan 12:32).

¿Cuán lejos está dispuesto a ir el Señor en sus esfuerzos por salvarnos? Lucas 15:3-10.

Estas dos parábolas gemelas muestran que Dios no está esperando pasivamente que vayamos a él, sino que sale a buscarnos. No importa si estamos extraviados en un lugar peligroso y lejano, o estamos perdidos en casa, el Señor nos busca incansablemente hasta encontrarnos.

“Tan pronto como se extravía la oveja, el pastor se llena de pesar y ansiedad. Cuenta y recuenta el rebaño, y no dormita cuando descubre que se ha perdido una oveja. Deja las noventa y nueve dentro del aprisco y va en busca de la perdida. Cuanto más oscura y tempestuosa es la noche, y más peligroso el camino, tanto mayor es la ansiedad del pastor y más ferviente su búsqueda. Hace todos los esfuerzos posibles por encontrar esa sola oveja perdida.

“Con cuánto alivio siente a la distancia su primer débil balido. Siguiendo el sonido, trepa por las alturas más empinadas, y va al mismo borde del precipicio con riesgo de su propia vida. Así la busca, mientras el balido, cada vez más débil, le indica que la oveja está por morir. Al fin es recompensado su esfuerzo; encuentra la perdida” (PVGM 146, 147).

Martes - La salvación requirió la muerte de Cristo

Juan el Bautista describió a Jesús como “el Cordero de Dios, que quita el pecado del mundo” (Juan 1:29). Esta imagen era fácil de entender para cualquier israelita familiarizado con los sacrificios ofrecidos en el Templo, y con la historia registrada en el Antiguo Testamento. Abraham reveló fe en que “Dios se proveerá de cordero para el holocausto”; y el Señor proveyó el animal para ser sacrificado en lugar de Isaac (Gén. 22:8, 13). En Egipto, los israelitas sacrificaron un cordero como un símbolo de su liberación divina de la esclavitud del pecado (Éxo. 12:1-13). Posteriormente, cuando se estableció el servicio del Santuario, se sacrificaban dos corderos cada día, continuamente: uno en la mañana y otro al atardecer (Éxo. 29:38, 39). Todos estos sacrificios eran símbolos del Mesías que habría de venir, quien “como cordero fue llevado al matadero” porque “Jehová cargó en él el pecado de todos nosotros” (Isa. 53:6, 7). Por lo tanto, al presentar a Jesús como “el Cordero de Dios, que quita el pecado del mundo”, Juan el Bautista estaba revelando la naturaleza sustitutiva de la muerte expiatoria de Cristo.
Durante su ministerio, Jesús anunció repetidamente su muerte aunque, para los discípulos, era difícil entender por qué tenía que morir él (Mat. 16:22). Gradualmente, Jesús les explicó el gran propósito de su muerte.

¿Qué ilustraciones usó Jesús para indicar que él moriría como nuestro sustituto? Mat. 20:28; Juan 10:11.

“Nadie tiene mayor amor que este, que uno ponga su vida por sus amigos” (Juan 15:13), incluso si ellos no entienden o no aceptan ese sacrificio. En la cruz, Jesús derramó su sangre “por muchos [...] para remisión de los pecados” (Mat. 26:28).
Es importante notar que Jesús murió voluntariamente. Como el Padre dio a su único Hijo, así también el Hijo dio su propia vida para redimir a la raza humana. Nadie lo obligó a hacerlo. “Nadie me la quita [mi vida], sino que yo de mí mismo la pongo”, declaró Jesús (Juan 10:18).
Hasta Caifás, que rechazó abiertamente a Jesús y dirigió el complot para matarlo, reconoció involuntariamente la muerte sustitutiva de Jesús (Juan 11:49-51).

Piensa en cuánta ingratitud tienen los seres humanos hacia Dios y lo que él nos ha dado en Cristo. ¿Qué podemos hacer para no caer en esa trampa? ¿Por qué es tan fácil ser ingratos, especialmente al vivir momentos difíciles?

Miércoles - Libres del pecado

Sin Cristo, éramos esclavos del pecado, esclavos de los malos impulsos de nuestra naturaleza humana caída. Vivíamos egoístamente, complaciéndonos a nosotros mismos, en lugar de vivir para la gloria de Dios. El resultado inevitable de esta esclavitud espiritual es la muerte, porque la paga del pecado es muerte (Rom. 6:16-23).
Pero, Jesús vino “a pregonar libertad a los cautivos, [...] a poner en libertad a los oprimidos” (Luc 4:18). No cautivos literales, sino prisioneros espirituales de Satanás (Mar. 5:1-20; Luc. 8:1, 2). Jesús no libró a Juan el Bautista de la prisión de Herodes, pero sí libró a los que estaban esclavizados por vidas pecaminosas, quitándoles la pesada carga de culpabilidad y condenación eterna.

¿Qué grandiosa promesa se encuentra en Juan 8:34 al 36?

El uso de la palabra verdaderamente (vers. 36) muestra que existe una libertad falsa, que en realidad aprisiona a los seres humanos en la desobediencia a Dios. Los oyentes de Jesús confiaban en ser descendientes de Abraham como la base de su esperanza de libertad. Nosotros corremos el mismo riesgo. El enemigo quiere que, para nuestra salvación, confiemos en cualquier cosa (tal como nuestro conocimiento doctrinal, nuestra piedad personal o nuestro servicio a Dios) menos en Cristo. Pero, ninguna de estas cosas,por importante que sea, tiene el poder para librarnos del pecado y su condenación. El único Libertador verdadero es el Hijo, que nunca fue esclavo del pecado.

Jesús se gozaba en perdonar pecados. Cuando le trajeron a un paralítico, él sabía que ese hombre estaba enfermo como resultado de su vida disoluta, pero también sabía que estaba arrepentido. En sus ojos suplicantes vio el anhelo de su corazón por perdón y su fe en Jesús como su único Ayudador. Tiernamente, le dijo: “Hijo, tus pecados te son perdonados” (Mar. 2:5). Aquellas fueron las palabras más dulces que ese hombre haya escuchado alguna vez. La carga de desesperación desapareció de su mente y la paz del perdón llenó su espíritu. En Cristo encontró curación espiritual y física.

En la casa de un fariseo, una mujer pecadora bañó con lágrimas los pies de Jesús y los ungió con perfume (Luc. 7:37, 38). Percibiendo la desaprobación del fariseo, Jesús le explicó que “sus muchos pecados le son perdonados” (Luc. 7:47). Entonces, dijo a la mujer: “Tus pecados te son perdonados” (Luc. 7:48).

“Tus pecados te son perdonados”. ¿Por qué estas son las mejores palabras que podríamos escuchar?

Jueves - Cristo nos da vida eterna

Debido a nuestros pecados, merecemos morir. Pero Cristo tomó nuestro lugar en la cruz y pagó la sentencia de muerte que pesaba sobre nosotros. ¡Qué maravilloso intercambio! Él, que era completamente inocente, tomó sobre sí nuestra culpa y recibió nuestro castigo para que nosotros, que somos totalmente pecadores, pudiéramos ser declarados inocentes. Por medio de él, en lugar de perecer, recibimos vida eterna. Cristo murió “para que todo aquel que en él cree, no se pierda, mas tenga vida eterna” (Juan 3:15).

Algunos piensan que, aun después de aceptar a Cristo como nuestro Salvador personal, la promesa de vida eterna recién será válida después de la segunda venida. Sin embargo, la promesa de salvación está expresada en tiempo presente: “El que cree en el Hijo tiene vida eterna” (Juan 3:36). Todo el que cree en Cristo “tiene vida eterna” ahora, “y no vendrá a condenación” en el día final, sino que “ha pasado de muerte a vida” (Juan 5:24). Incluso si morimos y descansamos en la tumba, este descanso temporario no nos quita la realidad de la vida eterna.

Cuando Jesús llega a ser nuestro Salvador, nuestra vida adquiere un significado completamente nuevo, y podemos disfrutar una vida más rica y plena. “Yo he venido”, dijo Jesús, “para que tengan vida, y para que la tengan en abundancia” (Juan 10:10). En lugar de los placeres mundanos transitorios, que nos hartan sin satisfacernos en verdad, él nos ofrece una vida totalmente diferente, llena de satisfacción inagotable en él. Esta nueva vida abundante incluye todo nuestro ser. Jesús realizó numerosos milagros para restaurar la vida física de muchas personas; pero, sobre todo, él quería darles una vida espiritual renovada, limpia del pecado, y llena de fe en él y de la certeza de la salvación.

¿Qué metáfora usó Jesús para expresar los resultados de aceptarlo? ¿Qué significa eso en nuestra vida diaria práctica? Juan 6:35, 47-51.

Medita en el concepto de vida eterna. No es solo una existencia imperecedera, sino sobre todo una vida bendecida y feliz en amante comunión con Dios en la Tierra Nueva. Aunque todavía estamos viviendo en este mundo, ¿cómo podemos comenzar a disfrutar, aunque sea parcialmente, lo que significa tener vida eterna?

Viernes - Conclusión

Para estudiar y meditar: Lee “La más urgente necesidad del hombre”, El camino a Cristo pp. 15-20 ; y “El tema presentado en 1883”, Mensajes selectos, t. 1, pp. 411-414.

“Contemplando al Redentor crucificado, comprendemos más plenamente la magnitud y el significado del sacrificio hecho por la Majestad del cielo. El plan de salvación queda glorificado delante de nosotros, y el pensamiento del Calvario despierta emociones vivas y sagradas en nuestro corazón. Habrá alabanza a Dios y al Cordero en nuestro corazón y en nuestros labios; porque el orgullo y la adoración del yo no pueden florecer en el alma que mantiene frescas en su memoria las escenas del Calvario.

“Los pensamientos del que contempla el amor sin par del Salvador, se elevarán, su corazón se purificará, su carácter se transformará. Saldrá a ser una luz para el mundo, a reflejar en cierto grado ese misterioso amor. Cuanto más contemplemos la cruz de Cristo, más plenamente adoptaremos el lenguaje del apóstol cuando dijo: ‘Lejos esté de mí gloriarme, sino en la cruz de nuestro Señor Jesucristo, por el cual el mundo me es crucificado a mí, y yo al mundo’” (DTG 616).

PREGUNTAS PARA DIALOGAR:

  1. La salvación es un regalo, es un don gratuito. Al mismo tiempo, ¿no cuesta algo? ¿Qué cuesta aceptar este don? Cualquiera sea el costo, ¿por qué vale la pena aceptarlo?
  2. El lunes leímos textos que muestran que la salvación es el resultado de la iniciativa de Dios. Él hace todo esfuerzo posible para salvarnos. No obstante, Jesús también dijo que nosotros necesitamos buscar el Reino de Dios y su justicia (Mat. 6:33). Sus palabras: “Esforzaos a entrar por la puerta angosta” (Luc. 13:24) implican que necesitamos buscar nuestra salvación. ¿Cómo explicamos esto?
  3. ¿De qué forma la muerte de Cristo en la cruz revela la justicia de Dios? ¿De qué manera revela también la misericordia de Dios?
  4. Si pudiéramos ganarnos la vida eterna, mediante nuestros propios esfuerzos y buenas acciones, incluso nuestra propia observancia de la Ley, ¿qué significaría eso respecto de la seriedad del pecado? En lugar de eso, piensa en cuán malo debe ser el pecado que solamente la muerte de Jesús puede pagar por él.
  5. Los judíos religiosos ven en el sábado un anticipo de lo que será la vida eterna. ¿De qué modo la idea de que el sábado prefigura la vida eterna es razonable?

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