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LA CONDICIÓN HUMANA | Lección 3: Para el 21 de octubre de 2017

LEE PARA EL ESTUDIO DE ESTA SEMANA: Romanos 1:16, 17, 22-32; 2:1-10, 17-23; 3:1, 2, 10-18, 23. PARA MEMORIZAR: “Por cuanto todos pecaron, y están destituidos de la gloria de Dios” (Rom. 3:23). AL COMIENZO DEL LIBRO DE ROMANOS, Pablo busca establecer una verdad crucial, que es fundamental para el evangelio: el estado lamentable de la condición [...]


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LEE PARA EL ESTUDIO DE ESTA SEMANA: Romanos 1:16, 17, 22-32; 2:1-10, 17-23; 3:1, 2, 10-18, 23.

PARA MEMORIZAR: “Por cuanto todos pecaron, y están destituidos de la gloria de Dios” (Rom. 3:23).

AL COMIENZO DEL LIBRO DE ROMANOS, Pablo busca establecer una verdad crucial, que es fundamental para el evangelio: el estado lamentable de la condición humana. Esta verdad existe porque, desde la Caída, todos nos hemos contaminado con el pecado. Está tan entretejido en nuestros genes como el color de nuestros ojos.

Martín Lutero, en su comentario sobre Romanos, escribió lo siguiente: “La expresión ‘todos están bajo pecado’ debe tomarse en un sentido espiritual; es decir, no como se ven los hombres con sus propios ojos o los de los demás, sino como se presentan delante de Dios. Todos están bajo pecado, los que son trans- gresores mani estos a los ojos de los hombres, así como aquellos que parecen justos a su vista y ante los demás. Aquellos que realizan buenas obras externas las hacen por el temor al castigo, el amor a las ganancias y la gloria, o el placer en un objeto determinado, pero no por una mente gustosa y dispuesta. De esta manera, el hombre se ejercita continuamente en buenas obras para ser visto por lo demás; pero, por dentro, está totalmente inmerso en los deseos pecaminosos y las lujurias malignas, que se oponen a las buenas obras”.–M. Lutero, Commentary on Romans, p. 69.

EL PODER DE DIOS

“No me avergüenzo del evangelio, pues es poder de Dios para la salvación de todos los que creen: de los judíos primeramente, pero también de los gentiles. De hecho, en el evangelio se revela la justicia que proviene de Dios, la cual es por fe de principio a n, tal como está escrito: ‘El justo vivirá por la fe’ ” (Rom. 1:16, 17, NVI). ¿Qué te dice Romanos 1:16 y 17? ¿De qué forma has experimentado las promesas y la esperanza que se encuentran allí?

En este pasaje aparecen varias palabras clave:

1) Evangelio. Esta palabra es la traducción de un término griego que signi- ca, literalmente, “buen mensaje” o “buena noticia”. Aislada, la palabra puede referirse a cualquier mensaje bueno; pero, modi cado como está en este pasaje por la frase “de Cristo��, quiere decir “la buena noticia sobre el Mesías” (Cristo es la transliteración del término griego que signi ca “Mesías”). La buena noticia es que el Mesías ha venido, y la gente puede salvarse creyendo en él. Es en Jesús y en su perfecta justicia (y no en nosotros mismos, ni siquiera en la Ley de Dios) que podemos hallar salvación.

2) Justicia. Esta palabra se re ere a la cualidad de ser “justo” ante Dios. En el libro de Romanos, surge un signi cado especializado de esta palabra, que pre- sentaremos a medida que avance nuestro estudio del libro. Debe señalarse que, en Romanos 1:17, la palabra está cali cada por la frase “de Dios”. Es la justicia que viene de Dios, una justicia que Dios mismo ha provisto. Como veremos, esta es la única justicia su cientemente buena para aportarnos la promesa de la vida eterna.

3) Fe. En griego, las palabras que en este pasaje se traducen como “creen” y “fe” son la forma verbal y sustantivada de la misma palabra: pisteuo (creer), pistis (creencia, o fe). El signi cado de la fe en relación con la salvación se desarrollará a medida que avancemos en el estudio de la epístola.

¿Has tenido di cultades con la certeza? ¿Tienes momentos en los que realmente te cuestionas si eres salvo, o incluso si puedes serlo? ¿Qué produce estos temo- res? ¿En qué se basan? ¿Podrían tener fundamento en la realidad? Es decir, ¿es posible que lleves un estilo de vida que niega tu profesión de fe? Si es así, ¿qué decisiones deberías tomar para apropiarte de las promesas y la certeza que son tuyas en Jesús?

TODOS HEMOS PECADO

Lee Romanos 3:23. ¿Por qué este mensaje es tan fácil de creer como cris- tianos hoy? Al mismo tiempo, ¿qué podría motivar que algunos cuestionen la veracidad de este versículo?

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Sorprendentemente, algunos desafían la idea de la pecaminosidad humana, argumentando que la gente es básicamente buena. No obstante, el problema radica en la falta de comprensión de lo que es la verdadera bondad. La gente puede compararse con los demás y sentirse bien consigo misma. Al n y al cabo, siempre podemos encontrar a alguien peor que nosotros para compararnos. Pero eso difícilmente nos haga buenos. Cuando nos comparamos con Dios, y con la santidad y la justicia de Dios, ninguno de nosotros saldría con nada más que un abrumador sentido de aborrecimiento y repugnancia de sí.
Romanos 3:23 también habla de “la gloria de Dios”. La frase cuenta con una variedad de interpretaciones. Quizá la más sencilla sea darle el signi cado que tiene en 1 Corintios 11:7: “Él [el varón] es imagen y gloria de Dios”. En griego, el término “gloria” se puede considerar ligeramente equivalente a la palabra “imagen”. El pecado ha des gurado la imagen de Dios en el ser humano. Los seres humanos pecadores están muy lejos de poder re ejar la imagen o la gloria de Dios.
Lee Romanos 3:10 al 18. ¿Ha cambiado algo hoy? ¿Cuál de esas frases te describe mejor, o cómo serías tú si no fuera por Cristo en tu vida?

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Por más malos que seamos, nuestra situación no es desesperada. El primer paso es que reconozcamos nuestra total pecaminosidad, y también nuestra impotencia para hacer algo al respecto dentro y fuera de nosotros. Es obra del Espíritu Santo producir esa convicción. Si el pecador no lo resiste, el Espíritu hará que se quite la máscara de la autodefensa, del ngimiento y de la autojusti cación, y se arroje sobre Cristo, suplicando su misericordia: “¡Oh Dios, ten compasión de mí, que soy pecador!” (Luc. 18:13, NVI).

¿Cuándo fue la última vez que autoevaluaste tu persona, tus motivos, tus actos y tus sentimientos? Esta puede ser una experiencia muy angustiante, ¿verdad? ¿Cuál es tu única esperanza?

¿PROGRESO?

A principios del siglo XX, la gente vivía con la idea de que la humanidad estaba mejorando, que la moralidad iba en aumento, y que la ciencia y la tecnología ayu- darían a marcar el inicio de una utopía. Se creía que el ser humano se encaminaba, básicamente, hacia la perfección. Se pensó que, mediante el tipo de educación y de formación moral adecuados, los seres humanos podrían mejorarse mucho a sí mismos y a la sociedad. Todo esto se suponía que comenzaría a suceder masi- vamente cuando entráramos en el mundo feliz del siglo XX.

Lamentablemente, las cosas no resultaron ser tan así, ¿verdad? El siglo XX fue uno de los más violentos y brutales de toda la historia, en gran medida, gracias (irónicamente) a los avances de la ciencia, lo que posibilitó mucho más que los hombres se mataran unos a otros a una escala que los locos más depravados del pasado apenas habrían podían imaginar.

¿Cual fue el problema?

Lee Romanos 1:22 al 32. ¿En qué sentido vemos que las cosas que se escribieron allá en el siglo I se mani estan hoy en el siglo XXI?

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Quizá necesitemos fe para creer en muchas cosas acerca del cristianismo: entre ellas, la resurrección de los muertos, la Segunda Venida, y un cielo nuevo y una Tierra nueva. Pero ¿quién necesita fe para creer en el estado caído de la humanidad? Hoy, cada uno de nosotros está viviendo las consecuencias de ese estado caído.

Concéntrate especí camente en Romanos 1:22 y 23. ¿De qué forma se mani es- ta este principio ahora? Al rechazar a Dios, los seres humanos de nuestro siglo ¿qué han llegado a adorar e idolatrar en cambio? Y, al hacerlo, ¿cómo es que se hicieron necios? Lleva tu respuesta a la clase el sábado.

LO QUE TIENEN EN COMÚN JUDÍOS Y GENTILES

En Romanos 1, Pablo se re ere especí camente a los pecados de los gentiles, los paganos, los que habían perdido de vista a Dios hacía mucho tiempo y, por lo tanto, habían caído en las prácticas más degradantes.
Pero él tampoco iba a permitir que su propio pueblo, sus propios compatriotas, se salieran con la suya. A pesar de todas las ventajas que habían recibido (Rom. 3:1, 2), ellos también eran pecadores, condenados por la Ley de Dios y necesitados de la gracia salvadora de Cristo. En ese sentido, en el hecho de ser pecadores, de haber violado la Ley de Dios y de necesitar la gracia divina para la salvación, los judíos y los gentiles eran iguales.
Lee Romanos 2:1 al 3, y 17 al 24. ¿Contra qué advierte Pablo? ¿Qué lección deberíamos aprender todos, judíos o gentiles, de esta advertencia?

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“Después de que el apóstol ha demostrado que todos los paganos son pe- cadores, ahora muestra, de manera especial y más enfática, que también los judíos viven en pecado, sobre todo porque obedecen la Ley solo exteriormente; es decir, según la letra y no de acuerdo con el espíritu”.–M. Lutero, Commentary on Romans, p. 61.
Con frecuencia es demasiado fácil ver y señalar los pecados de los demás. Sin embargo, ¿cuán a menudo somos culpables de cosas similares o aún peores? El pro- blema es que tendemos a hacer “la vista gorda” con nosotros mismos, o logramos sentirnos mejor mirando lo mal que están otros en comparación con nosotros.
Pablo no quiere tener nada que ver con eso. Les advierte a sus compatriotas que no se apresuren a juzgar a los gentiles, porque ellos mismos, los judíos, incluso como pueblo escogido, eran pecadores. En algunos casos eran aún más culpables que los paganos a quienes condenaban tan rápidamente; por ser judíos, ellos habían recibido más luz que los gentiles.
La observación de Pablo en todo esto es que ninguno de nosotros es justo, ninguno de nosotros cumple el estándar divino, ninguno de nosotros es innata- mente bueno o inherentemente santo. Judíos o gentiles, hombres o mujeres, ricos o pobres, temerosos de Dios o rechazados por Dios, todos somos condenados. Y, si no fuera por la gracia de Dios revelada en el evangelio, no habría esperanza para ninguno de nosotros.

 

¿Con qué frecuencia, aunque solo sea en tu propia mente, condenas a los demás por cosas de las que tú mismo eres culpable? Si prestas atención a lo que Pablo escribió aquí, ¿cómo puedes cambiar?

EL EVANGELIO Y EL ARREPENTIMIENTO

“¿Menosprecias las riquezas de su benignidad, paciencia y longanimi- dad, ignorando que su benignidad te guía al arrepentimiento? (Rom. 2:4). ¿Qué mensaje tenemos aquí relacionado con el tema del arrepentimiento?

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Debemos observar que la bondad de Dios no fuerza, sino que guía a los peca- dores al arrepentimiento. Dios no usa la coerción. Es in nitamente paciente y busca atraer a todos mediante su amor. Un arrepentimiento forzado destruiría todo su propósito, ¿verdad? Si Dios forzara el arrepentimiento, entonces, ¿no serían todos salvos? Pues ¿por qué obligaría a algunos a arrepentirse y no a otros? El arrepen- timiento debe ser un acto de libre albedrío, que responda a la obra del Espíritu Santo en nuestra vida. Sí, el arrepentimiento es un don de Dios, pero tenemos que estar preparados y dispuestos a recibirlo, una decisión que solo nosotros podemos tomar personalmente.

¿Qué ocurre con los que se resisten al amor de Dios, se niegan a arre- pentirse y siguen desobedeciendo? Rom. 2:5-10.

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En Romanos 2:5 al 10, y frecuentemente a lo largo de todo el libro de Romanos, Pablo enfatiza el lugar de las buenas obras. Nunca se debe interpretar la justi ca- ción por fe sin las obras de la Ley en el sentido de que las buenas obras no tienen lugar en la vida cristiana. Por ejemplo, en Romanos 2:7 se dice que la salvación la obtienen los que la buscan “perseverando en bien hacer”. Aunque el esfuerzo humano no puede dar salvación, es parte de toda la experiencia de salvación. Es difícil ver que alguien que lee la Biblia se salga con la idea de que las obras y los actos no importan para nada. El verdadero arrepentimiento, el que surge volun- tariamente del corazón, siempre vendrá seguido de la determinación de vencer y de dejar de lado aquello de lo que debemos arrepentirnos.

¿Cuán a menudo asumes una actitud de arrepentimiento? ¿Eres sincero o solo tiendes a sacudirte las faltas, los defectos y los pecados? Si es esto último, ¿cómo puedes cambiar? ¿Por qué deberías cambiar?

PARA ESTUDIAR Y MEDITAR: “Por tanto, la terminología bíblica muestra que el pecado no es una calamidad que sobrevino súbitamente a la humanidad, sino que es el resultado de una actitud activa y una elección consciente por parte del ser humano. Además, el pecado no es la ausencia del bien, sino que es “no alcanzar” las expectativas de Dios. Es un curso impío que el ser humano ha elegido deliberadamente. No es una debilidad por la cual los seres humanos no pueden responsabilizarse porque el ser humano, en la actitud o el acto de pecar delibe- radamente, elige rebelarse contra Dios, transgredir su Ley y fracasar en escuchar la Palabra de Dios. El pecado trata de ir más allá de las limitaciones que Dios ha jado. En resumen, el pecado es un acto de rebelión contra Dios”.–Tratado de teología adventista del séptimo día, p. 272.
“Se me ha presentado un horrible cuadro de la condición del mundo. La in- moralidad cunde por doquiera. La disolución es el pecado característico de esta era. Nunca alzó el vicio su deforme cabeza con tanta osadía como ahora. La gente parece aturdida, y los amantes de la virtud y de la verdadera bondad casi se desa- lientan por esta osadía, fuerza y predominio del vicio. La iniquidad prevaleciente no es del dominio exclusivo del incrédulo y burlador. Ojalá fuese tal el caso; pero no sucede así. Muchos hombres y mujeres que profesan la religión de Cristo son culpables. Aun los que profesan esperar su aparición no están más preparados para ese suceso que Satanás mismo. No se están limpiando de toda contaminación. Han servido durante tanto tiempo a su concupiscencia que sus pensamientos son, por naturaleza, impuros; y sus imaginaciones, corruptas” (TI 2:311).
PREGUNTAS PARA DIALOGAR:
1. ¿Qué respuesta les das a los que, a pesar de todo lo que ha sucedido, insisten en que la humanidad está mejorando? ¿Qué argumentos dan y cómo respondes a ellos?
2. Presta atención a la cita de Elena de White en el estudio del viernes. Si te ves a ti mismo allí, ¿cuál es la respuesta? ¿Por qué es importante no darse por vencido en la desesperación, sino seguir reclamando las promesas de Dios: primero, de perdón; y segundo, de puri cación? ¿Quién es el que quiere que tú digas de una vez por todas: “No sirve de nada. Soy demasiado corrupto. Nunca podré ser salvo, así que bien podría rendirme”? ¿Lo escuchas a él o a Jesús, que nos dirá: “Ni yo te condeno; vete, y no peques más” (Juan 8:11)?
3. ¿Por qué es tan importante para nosotros, como cristianos, entender la pecaminosidad y la depravación humanas básicas? ¿Qué puede suceder cuando perdemos de vista esa realidad triste pero cierta? ¿A qué errores nos puede llevar una falsa comprensión de nuestra verdadera condición?
4. Piensa en la cantidad incalculable de protestantes que eligieron morir antes que renunciar a la fe. ¿Cuán rmes estamos en la fe? ¿Lo su ciente como para morir por ella?

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